miércoles, 21 de marzo de 2007

La Pantomicina sabe a mi infancia…


Los sentidos, a veces, guardan la llave de algo que está enterrado en el fondo de nosotros mismos. Lo sacan a la luz un día, sin previo aviso, dejando los sentimientos descarnados como si la vida pudiera repetirse, dándole al rew, como en un reproductor de vídeo antiguo. Esta mañana, después del cultivo de garganta, de la espera en el Centro de Salud, he vuelto a casa con otra cajita de antibióticos. Remedio de refuerzo para intentar acabar con esa infección resistente que no ha sucumbido a los pinchazos, ni a las naranjas, ni a los mimos…
Sentada en la barra de la cocina, con el run run de fondo de Radio Nacional de España, he preparado la mezcla del sobre y la he tragado mecánicamente. Maquinalmente primero, con un escalofrío más tarde. El de reconocer en la mixtura naranja un sabor familiar, cálido en su infinita repugnancia, resucitado de una parte de mi vida que años de adulto adulterio emocional me habían hecho olvidar.
-He tenido un episodio de magdalena proustiana- le dices a tu amiga, que minutos más tarde, irrumpe en tu teléfono.
Para entonces ya has tenido tu particular paseo por las tardes de televisión, los vídeos alquilados, el edredón rosa que regalaste hace un tiempo… Te has recorrido los recodos de las caricias maternales, las mañanas sin colegio, el olor a plastilina… Porque cuando una está enferma puede jugar a las cosas que ensucian, recuerdas.
Con los ojos cerrados, recordando aquel pijama de ranas que sigues guardando en el último cajón del dormitorio del fondo, un amargor extraño empieza a instalarse en tu garganta, a un lado de las placas, cuando suena el teléfono.
Es tu amiga y su gran duda existencial, es tu vida de ahora y sus querencias, que vienen a tomar su sitio junto al sabor del bebedizo naranja. Entonces le explicas que hubo un señor, hace tiempo, que dedicó más de veinte páginas al gusto antiguo de una magdalena… Le hablas de En busca del tiempo perdido y de la memoria… le dices que muchos años después, un sobre de antibiótico te ha hecho un regalo.
“María, es que la Pantomicina sabe a mi infancia...”

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué pena que ahora, que vuelvo a tomarlo, el Transilium sólo evoque el recuerdo de mi amarga adolescencia!! Snifff

(no es una raya)

Anónimo dijo...

mi experiencia con el prozac, al principio mi ubicacion mental dispersada por los problemas q conllevan a la depresión eran de total rechazo, tras 9 meses de tratamiento, he de agradecer, una antipastillas como yo, al sr. psiquiatra de turno q me las receto, q realmente hacen efecto...eso si, el me pronostico 2 años de tratamiento, pase por alto su opinion, que aunque me conozca poco, me conozco mejor que nadie. Paciencia Fati con los medicamentos

Anónimo dijo...

mmmm... qué divertido... esto empieza a convertise en un politoxiforo!!!!!!!!!!!!!!!!

Luis dijo...

Y como en ese juego en el que los japoneses se divierten echando en un bol lleno de agua unos papelitos hasta entonces indistintos, que en cuanto tocan el agua se estiran, toman forma y color, se diferencian, se convierten en flores, casas, personajes consistentes y reconocibles, de la misma manera todas las flores de nuestro jardín y las del parque de Swann, los nenúfares de río, la buena gente del pueblo y sus casitas y la iglesia y todo Combray y sus alrededores, todo eso tomó forma y adquirió solidez, saliendo, pueblo y jardines, de mi taza de té.