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jueves, 8 de septiembre de 2016

Confidencias de ingeniero (en informática)

-¿Pero te gusta la relación entre tu padre y tu madre?
-A ver, mi padre es bueno.... Pero tiene una interfaz de usuario horrible. Horrible de verdad. 

sábado, 14 de noviembre de 2015

Frases célebres

Rafa: "En este momento hay dos cosas que dan sentido a mi vida: el Tinder y el Wallapop"

martes, 2 de diciembre de 2014

La solidaridad, la adopción y la dificultad para detectar acentos

-¿Dirección para enviarle el carnet?
-Bla, bla, bla, bla, bla... 08022 Barcelona.
-¡Oh! ¿Ves? Luego dicen que los catalanes somos insolidarios... ¡Una catalana aquí haciendo su contribución!
-No soy catalana, soy de Cadi.

Silencio.

-Ah... Bueno... Pero ya llevas mucho tiempo en Cataluña, ¿verdad?
-Nop.
-¿Cuánto llevas en Cataluña?
-No llega a dos años.
-Ohhh... Bueno, ¡pues ya te adoptamos!
-No, gracias. No hace falta.

Demasiado temprano, demasiado shockeada y demasiado piadosa como para contarle mi vida a esta pobre chica que además debe estar fatal del oído. Hija mía, es una cuestión de alergia al pensamiento único, fe en la terapia y descreimiento gadita pero, no, agradeciéndote tu amabilidad, prefiero seguir huérfana. Si me lo llegas a ofrecer hace unos años… 

martes, 28 de octubre de 2014

La repipi se rinde al tributo o cómo hacer que baje la pastilla de matrix

freddie -con minúsculas- se quita la peluca
Ir a un concierto tributo es una cosa muy loca. Máxime si tu afición al grupo es relativa, si no has bebido suficientes cervezas previas o, como consecuencia de lo anterior, caes en la cuenta de que no te sabes las letras. Ir a un concierto tributo supone rendir homenaje al sucedáneo y hacer la vista gorda cuando el simulacro no alcanza a dar sentido y razón al espectáculo. Tiene un punto de concierto sí, pero, sobre todo, de coreografía y de teatro posible: de cómo bailaría él, de cuántos selfies te harías si fuera él, de cómo hubiera sido todo si en lugar de nacer en los ochenta hubieras llegado un poco antes, a tiempo de inaugurar el fenómeno fan o pasar por encima de la heroína y el VIH. Grandes bichas del talento en el pasado siglo.

En un concierto tributo la gente espera ver a su ídolo haciendo los mismitos gestos que el DVD edición 25º aniversario. Aspira a alcanzar ese momento mágico en el que creerse que todo es cierto. Un momento de karma, varias cervezas mediante, capaz de superar la malaje de quien lo que es cantar... canta bien, pero la dramaturgia no la domina tanto. Se espera del imitador que repita los pasos precisos y del técnico de luces que sepa perfectamente a qué atenerse: "Esta es la iluminación exacta que usaron en el concierto del ochenta y dos", oyes exclamar con entusiasmo a unos centímetros de distancia con ese oído licántropo de quién no lleva suficientes copas. “Se ha puesto la chaqueta, mira, mira, lleva la chaqueta amarilla”. De repente, estar ahí, en ese despertar de los muertos al que llegas rebotada, se te revela algo patético. El fenómeno fan descolorido, el sudor intergeneracional, la invasión de camisetas frikis y el saber que son treinta euros por tomar un enorme nespresso de música -que sabe a café, pero que no lo es- te dan un poco de pena.

Sacas entonces tu curso de psicología del CCC para reflexionar sobre esos tipos de la guitarra que eligieron vivir de triunfos que no son suyos. -¡Qué desperdicio!, piensas, Siempre me ha dado tanta envidia la gente que sabe tocar la guitarra... -  Para entonces me ha hecho efecto la pastilla de matrix y todo me parece impostado, como ciertas proclamas que me dan vergüenza ajena, como la gente que ve a su madre en una bandera o piensa que un partido de fútbol les va a cambiar el mundo. Sobria, despegada y algo aburrida contemplo con cierto resentimiento a una pareja que se esfuerza por grabar con el móvil el sainete de pop rock que anima a la muchedumbre emocionada. Mi juicio repipi está a punto de alcanzar una toxicidad peligrosa cuando bostezo.

Los aplausos preconizan el final de fiesta y freddie que no es Freddie –llamémosle freddie con minúsculas- muestra su corona de reina ante los alaridos del público que tributa. Entonces es cuando surgen los acordes de mi canción favorita y las tres neuronas débiles que me quedan despiertas me preguntan si no soy yo la equivocada, la que se pierde algo y desperdicia la entrada. Como las  hadas de Disney, las tres neuronas me agarran por la chaqueta y me abofetean a tiempo. Vuelan pajaritos de colores alrededor de mi cabeza. Empiezo a apreciar el timbre de voz -si cierro los ojos es como si fuera de veras-. Ya estoy moviendo el esqueleto cual posesa y reclamando el tercer bis. Soy una friki más cuando pillo las manos de mis amigos y les animo a corear que somos the champions echando a un lado esa mala conciencia que me da todo lo que me suena a la UEFA.

Cuando la luz se enciende me alegro de haber tributado algo –algo que no sea impuestos, Seguridad Social o IVA, quiero decir- y procuro no avasallar ojiplática a los que compran la camiseta con esa mirada mía, sabihonda, llena de honda condescendencia. 

Definitivamente, dejarse llevar por la euforia colectiva es un gustazo, me voy diciendo cual señorita pepis porque una no puede renunciar así sin más a su pedantería. Quizás debería ser un poco menos inflexible y buscarme algún grupúsculo afín en el que corear proclamas. Viviría mucho más feliz, canalizaría mi energía y además me sentiría la mar de acompañada. 

Esa noche pienso que voy a poner las canciones en el spotify por si me sale otro tributo de estos. Definitivamente, si te medicas con la pastilla chunga de matrix, me digo, al menos, que la música de vez en cuando me haga olvidarla. Entonces me detengo en seco. ¿No sería que ya llevaba tres o cuatro cervezas para bajarla?

Y, por si había dudas... Eh, voilà, mi favorita :D




lunes, 17 de febrero de 2014

La reputación online y la invicta malicia

Palabras e ironia
Quien me conoce sabe que, como buena curiosa, adoro los temas de reputación online. También offline, ¿no es al final lo mismo? Ya me iba la marcha cuando hace años desgastaba los apuntes de comunicación de crisis y reveía los vídeos de aquella ministra que hundió la industria cárnica. Hoy he escuchado emocionada la conferencia de Óscar Trabazos en la Social Media Week lamentándome no acceder -y presumiblemente, no entender-, esos volúmenes de datos inmensos que manejan en las grandes cuentas los especialistas en decodificar chismes en estos tiempos de internet. Dejando volar mi imaginación, he imaginado esas pantallas llenas de algoritmos donde se monitorizan los cientos, miles de menciones a una marca, persona o producto intentando dilucidar dónde está la crítica y dónde la oportunidad. “La reputación online no se gestiona, se crea o se destruye”, afirmaba epatante Trabazos y una no tiene tiempo de hacer un tuit porque hay verdades de la vida -y también profesionales- que es mejor mascarlas que retuitearlas.

Lo dicho, imaginaba un complejo algoritmo en la que se interpretaban palabras. Ceros, unos, combinaciones binarias cruzadas por la mente de algún genio para descifrar las querencias humanas. Líneas y líneas de letras porque, y en esto quizás no habrán caído, todo audio y toda imagen han de transcribirse para su procesamiento y posterior estudio. Qué curioso que al final -y al principio decía la Biblia- todo se reduzca a la palabra. 

Se devanan los algoritmos -más bien los programadores que los sustentan- en afinar resultados semánticos para la reputación de las marcas en internet. En saber qué porcentajes de tuits aparentemente positivos esconden la exquisita maldad del sarcasmo, la elegancia aguda de la malicia, la complicada pragmática, el humano mundo de la fina ironía.

“La ironía, actualmente, no es vencible, no es interpretable”, afirmó Trabazos mientras se me dibujaba una sonrisa. Me encantó el momento. Me encantó el verbo. “No es vencible”. Vence la ironía por muy poco seguida de cerca por los detectives cibernéticos de IBM, fantaseo. 

“Quizás es una esperanza todo esto, hay un espacio al que no puede llegar la máquina…”, se oye al otro lado de la sala plagada de freaks de la Social Media Week. Compruebo que al experto online se le ha escapado la misma sonrisa cuando responde: “No debía ser yo quién lo dijera… Pero sí“.


En casa, ahora, pienso en la ironía no vencida en los tiempos de la monitorización global y el Big Data, en los significantes equívocos para el software de reputación digital. Pienso en la palabra que quiebra el significado lógico, en la emoción, en la poesía, en las cosas que son quebrando significados. La ironía escapando al análisis de la máquina. Un humilde trozo de malicia humana. Mezquina, imperfecta y diminuta, pero todavía, invencible. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Bochorno urbano I

Piiiiiiiii!!!!!
-Vaya, la máquina dice que mi T-10 está agotada. Pero sí lo último es un seis. Está borrada, ¿verdad??
-Pues sí que está borrado sí.
-¿Usted acepta billetes de 50??
-No.
-Pero en este barrio no hay donde comprar el bono.
-Pues no.
-Ergo, ¿tengo que bajarme del bus??
-Sí.


Algo muy parecido me pasó una vez en Cádiz y no fue para nada así :(

lunes, 2 de septiembre de 2013

Melodía de la semana

Septiembre siempre me ha olido a bizcocho en tarde de lluvia, rozaduras en los zapatos y películas de sobremesa. Una mezclilla de placer y tristeza que los portugueses llaman saudade y que es muy gallega. Será por eso que la siento tan mía. Mi primer septiembre en Barcelona se adelantó un poco con la gota fría y me gustó el olor de la calle mojada. Olor a casa, aunque esté a mil kilómetros. Leica y yo resguardadas frente a lo que será la Biblioteca Joan Maragall de la que pensamos, bueno, pienso, sacar mogollón de libros. Cada septiembre me planteo que mantendré el bronceado, haré dieta y estudiaré el siguiente nivel de inglés. Todo me suena a conocido, me huele a conocido. Será que, en el fondo, no lo siento tan lejos...