miércoles, 25 de noviembre de 2009

Frases célebres

Lolo: [después de asistir a una fiesta de universitarios de primer año]: "Yo no soy machista, pero el decoro lo ha perdido la mujer..."

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Hablamos de botánica

-Mi madre tenía la mano verde.
-¿La mano qué?
-La mano verde, se le daban bien las plantas. Sus amigos solían prestarle sus macetas enfermas porque en casa se ponían bien.
-Ah...
-A mí no me pasa. Se me mueren todas. No sé porqué.
-¿No será porque ella las regaba, las cuidaba, les cambiaba la tierra y esas cosas que se les hace a las plantas?

Hoy, puede darse por confirmado, ha muerto mi Tronco de Brasil. El segundo de mi vida, para ser más exactos. Regalo de GH cuando, en mitad del desierto físico y emocional de nuestro último paso por un periódico, me vio llorar al enterrar al hermoso ejemplar que había poblado el salón de mi casa desde mis nueve años. El que Las Tres M venían a regar una vez por semana, el que nos llevamos a La Prospe y luego a La Guindalera, y luego al palacio del Parque de las Avenidas y luego a Cádiz otra vez, a acompañarnos en un "nuevo proyecto". El que no supo adaptarse a nuestra nueva vida de ignorarnos sistemáticamente.

Mirándolo esta tarde me doy cuenta de que el que hoy se ha muerto, el que llevaba muriéndose -para qué engañarse- ya algunos meses, quizás algunos años, recibió el trato indolente de todo objeto que, animado o no, humano o no, viene a cubrir un vacío, se instala en el sitio de otro. No llegó a una casa llena de gente, ni me vio crecer, ni escuchó a mi madre hablarle cantarina los sábados por la mañana, ni experimentó el mimo de las duchas mensuales, ni el cambio de tierra que, una vez al año, ella regalaba ritualmente a cada una de sus plantas.

El ejemplar de Dracaena fragans 'Massageana' que hoy he reconocido irrecuperable fue, supongo que ahora lo sé, una víctima botánica de nuestra inevitable pérdida de inocencia. De ese precio que hay que pagar porque el tiempo pase y las cosas cambien y la vida entre y salga, y las personas se vayan y vuelvan, o no. Hoy no he derramado ninguna lágrima de incorregible nostálgica pero lo he observado detenidamente, a distancia, con un sabor áspero en la garganta. Deseando, quizás, rebobinar la cinta de los sentimientos, para poder, en este mismo espacio y tiempo en el que me encuentro, beber de aquel yo que se ilusionaba con una criatura inmóvil capaz de desplazarse, prodigiosamente, en busca del sol, de regalarte luminosidades a cambio de depender de ti, tierna, callada y vulnerablemente.

Antes, esta misma tarde, mientras tomaba notas y hacía repaso a mi historial de ideas, sueños y sentimientos, un hombre con barba blanca parafraseaba una cita de autoría confusa: "El amor es como una planta. No puedes sólo aceptarla y abandonarla en algún sitio, pensar que va a crecer por sí sola. La tienes que seguir regando. Tienes que comprometerte a cuidarla".

Desde la puerta iluminada de la cocina, contemplo la triste imagen de esa agavácea que nunca encontró su sitio y me doy cuenta que he protagonizado un minúsculo y universal -aunque la mayoría calificará de insignificante- acto de desamor. El fin de un ser vivo que, como los amigos lejanos, el amor no consumado o el deseo carnal roto al filo de una sábana, ha muerto de inanición a manos de una persona, yo, que nunca se implicó demasiado. "Dejarse llevar, es dejarse morir", me recuerda desde el otro lado de la mesa el hombre de la barba blanca.

Mientras escribo estas letras la trivial historia de la planta enferma cobra una inquietante importancia. Algo se mueve entre mi pecho y el vientre y, con una cierta sorpresa, me doy cuenta de que siento algo muy similar a la culpa. Se parecía, como la rosa de El Principito, a todas las demás, pero era mía y eso la convertía en algo único, ¿verdad?

Me acerco para comprobar si, efectivamente, el tronco también está muerto y lo palpo reseco, vacío y blando.

Es el sino que compartimos las plantas y las personas: el que a veces, aunque languidezcan delante de nuestras narices, uno decide amarlas demasiado tarde.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Tan difícil o tan fácil

-No te gustó cómo me corté el pelo.
-No he dicho eso... Dije que de la otra manera manera estabas mejor.
-Pero no dijiste que estuviera guapa.
-Sí que lo hice...
-Vale, pero no lo suficiente.

Al final, por varias razones, ora la ciencia, ora la psicología, cada vez lo entiendo todo mucho mejor...

“¿Es posible que durante miles de años hayamos prodigado menos cumplidos que acusaciones, sin saber que estábamos destruyendo la convivencia de una pareja o de una sociedad?”. Ahora resulta que, después de años investigando las causas de la ruptura de una pareja, el porcentaje de las que desaparecen es mucho mayor cuando uno de los miembros es extremadamente tacaño en los cumplidos, costándole horrores admitir: “¡Qué razón tienes, amor mío!”.
E. P.

domingo, 1 de noviembre de 2009