Aitana: "No, no la conoces. No es de ninguna de las pandillas. Es amiga unicelular".
"Hay muchas cosas que no puedo decir a nadie, casi todas se refieren a las matemáticas". Carlos Edmundo de Ory
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viernes, 26 de abril de 2013
miércoles, 3 de octubre de 2012
El hombre iceberg, el trombocid y el agua dulce
El iceberg es una masa de hielo dulce que se desplaza empujado por gélidas
corrientes marinas. El hombre iceberg es la mejor forma que se me ocurre para
definir a ese ser de pocas palabras cuyas motivaciones últimas hay que intuir
–como a la masa hundida- so pena de chocarnos en una dramática y sangrienta
colisión polar. El iceberg es una plataforma flotante desgajada de un glaciar,
el hombre del mismo nombre es un ser moldeado a la medida de sus circunstancias
–como todos, por otro lado- que decide un día simplificar su interfaz para
pasar por práctico, por sencillo, incluso por tonto o simple. Aquí estoy, soy blanco y algo frío, no hay
más. No soy una isla llena de barros y bichos raros como tú, no me pierdo en
eternos debates sobre quién tiene la culpa de los mosquitos del manglar. Una une sus destinos a los del hombre iceberg pensando que le puede venir bien
ese paisaje zen del pensamiento en blanco. Esas colinas esculpidas de formas
limpias, esa claridad de mente tan distinta a su isla de raíces desordenadas y
caóticas… La ligereza, el desprendimiento. Pero un día, mientras nada entre las
contradictorias aguas de su relación –para hacer metáforas tenemos rendirnos a
escenarios surrealistas de focas y peces tropicales- se da en la espinilla. No
está sucia ni tiene tierra pegada, sino helada y manchada de sangre. Mira al
hombre iceberg –de arriba abajo porque está muy cerca- y le pregunta:
-Uy… ¿y eso?
-¿Eso qué?
-Eso… Toda esa masa que hay bajo el agua.
-Ah… Eso. No es nada.
-¿Cómo que no es nada? Si acabo de hacerme un siete en la espinilla. Mira,
mira… ¿Cómo vas a andar con todo eso ahí abajo? Tendrás que mirártelo… ¿No te
duele? A ver si me voy a volver a hacer daño…
-Ten cuidado y ya está.
-Bueno, cariño, pero es que no sé qué forma tiene. Vaya, como decías que Loquevesesloquehay,
no me esperaba esté montón de hielo…Tendremos que sumergirnos, a ver qué pinta
tiene…
Agarras aire e impulso para lanzarte a las profundidades pero te das cuenta:
no se ha movido. Se ha quedado muy quieto mirándote con esa cara de témpano que
sólo él sabe poner. No piensa tirarse contigo. ¿No quieres saber qué hay ahí
abajo? El hombre iceberg no te contesta, con los años descubrirás que era una
torpe estrategia para ganar tiempo, para permitir al azar colar algún elemento –un
oso polar, un colibrí- que te desconcentre del propósito, que te entretenga con otra cosa. Sofocada por la fuerza de lo evidente te pones nerviosa, hay
toneladas de hielo inesperado y quisieras, cuanto menos, conocer la geografía y
evitar tropiezos.
-Claro que tengo mis cosas… ¿Qué creías? ¿Qué era de hielo? – [Disfruten un
momento del chascarrillo]
-Bueno, pero si está ahí, podemos hablar de ello. No me has dicho si te
duele… ¿Has pensado que pueda tener que ver con los hematomas que de vez en
cuando nos salen en las piernas?
El hombre iceberg ya no contesta, no piensa reconocer que descubriste un
inhóspito paisaje de complejidades, que también lleva una mochila cargada de agua
y que de vez en cuando le destrozan las rodillas. Semanas más tarde, cuando
regresas al ataque con tu Posgrado en Iceberología Práctica ya sabes que
esconde una octava parte de sus motivaciones, digo, de su tamaño; ya sabes que es
capaz de sacar la cabeza al sol porque su forma sólida es más densa que la
líquida –es de firmes principios y buen corazón- y que no terminó en los fondos oscuros
de las fosas oceánicas gracias a la polarización de la molécula de agua. Cuestiones
de electricidad, desde el principio te pareció que tenía chispa… Cuando
regresas al ataque con tu manual de instrucciones es cuando más golpes te das.
Si lo sé no te lo enseño. ¿Pero cómo lo
vas a ocultar? Te preguntas, le preguntas. Para entonces ya sabes que un
iceberg puede encallar contra un Transatlántico y cepillarse a 1512 personas y
que es posible que, al final de la película, no haya sitio para los dos en el
tablón. Echas al mar los apuntes y procuras morderte la lengua en las siguientes
colisiones, digo ocasiones, en esos derroches de complicada sencillez que ahora
sabes que no es cierta. No es casual esa mirada, no es casual ese olvido, ni el
gesto, ni el bufido, ni la caricia. Disfrutas en esas tardes de mimo y sofá en la que se deja caer un trozo y lo mezcláis con un gintonic y alguna confidencia. Te compras rodilleras y te das crema.
Fantaseas con que un día te muestre un mapa
pero sabes que hay temperaturas en las que da miedo hacer submarinismo. Sabes
que en el fondo es agua dulce, muy dulce, le quieres por eso, ¿no es cierto? Sabes,
en definitiva, que te toca moderte la lengua. Esqueerestancompleja. Esotepasapordarlevueltas. Entonces miras de soslayo el vastísimo sótano de hielo bajo
sus pies y sonríes.
-Ya sabes Loquevessóloesunapartedeloquehay.
-Sí, menudo rollo… Con lo tranquilo que vivo yo.
-Ya. Oye, ¿me ayudas a ponerme trombocid en el morado?
-Sí, claro, cariño -te encanta que te unte crema con sus manos de agua tibia- Menuda hostia te has dado, ¿ehn? A ver si caminas con
más cuidadito…
jueves, 12 de abril de 2012
Fórmula magistral
Alto potencial intelectual + vida aburrida = ideas obsesivas.
De Carmen, a través de Anul Un.
lunes, 9 de enero de 2012
Momento Alicia
Dícese de ese instante o periodo en el una llora tanto, tanto tanto, que termina nadando en sus propios fluídos o, en su defecto, como bien me recordaría PiliB, destrozando un teléfono móvil.
En la tienda Movistar.
- No se enciende, se ha mojado.
-Ya veo, ya... ¿Se te ha caído en el puchero?
-No, ¿por qué?
-Por la sal, hay restos de sal.
-Ya... Son lágrimas.
Utilidad del Momento Alicia: Aprender. Es lo que a una le queda... Y, de paso, quedarse como si hubiera tragado un blíster de ansiolíticos.
martes, 29 de noviembre de 2011
Diccionario generacional
Fotoconvencerse: [Abrev. de foto- y -grafía y reflex del lat. convincĕre]. Dícese de cuando se quiere hacer creer -primero a uno mismo y luego a los demás- que se tiene la vida que se quiere y se es extraordinariamente feliz usando predominantemente el eco de las redes sociales. Para ello se utilizan diversos sistemas de publicación de contenidos y fotografías en internet como Facebook, Twitter, Flickr o similar. Estrechamente unido a la aparición de los dipositivos móviles portátiles o smarthphones, este verbo cobra especial relevancia en el grupo de edad entre los 30 y los 45 años con dos variantes principales: treintañeros solteros empeñados en demostrar que se lo están pasando muy muy bien con su vida loca y, su versión contraria y complementaria, treintañeros obsesionados con que nadie tenga dudas del orgullo que sienten por haber elegido el camino del matrimonio y/o la progenie.
Me encantaría decir que el término es mío pero no. Entre mis maravillosos amigos –la mayoría inconexos, por el mundo y entre sí- destaca con fulgor el genio de Vicnaranja, capaz de inventarse un nuevo término para el diccionario de mi generación en los brevísimos 20 minutos del desayuno.
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