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martes, 25 de octubre de 2016

A tu madre no le gusta que digas tacos


Corres. Corres hasta que el estomago es una masa que asfixia. Corres y el 
suelo es completamente plano. Sin aceras, sin cambios de rasante. No hay 
esquinas ni nombres en las calles. Corres sin saber cómo te funcionan las 
piernas. Has oído a Oriol hasta hace poco. "Corred, coño, corred. Joder, por 
ahí no, a la derecha". Joder, joder, joder. A tu madre no le gusta que digas 
tacos. Piensas en eso y en la última bronca porque pegaste a tu hermana. 
Paras. Una víscera podría salirte ahora por la boca. El corazón te explota. Que 
les siguieras que iba a flipar con ellos, que a mí me abriría la puerta. Lo que ha 
explotado es ese puto cajero. ¿Qué coño ha pasado? Sabes que tienes corazó
n porque tienes miedo. Los oídos, la cara, podrían no ser tuyos. No sientes 
nada más. Sólo miedo. Un miedo de verdad, joder, miedo que no habías 
conocido nunca. 
Estás escondido en un portal que no reconoces. No sabes en qué momento te 
has quedado solo. Crees que Ricard se ha caído. No puedes comprobarlo 
porque si vuelves, te encontrarás con toda mierda que has creado tú solito. 
Bueno, solo no. Tú sólo has abierto la puerta. Te han venido a llamar porque 
sabían que no les dirías que no. Porque es un puto honor que te pidan algo, 
coño, sentarte con ellos en la mesa del bar cuando acaben las clases, dejar de 
ser un pringado con granos y compartir con ellos el canuto de final de clases. 
Por eso han venido a buscarte, porque sabían que ibas a decir que sí. Sí a 
cualquier cosa que te pidieran. Incluido engañar a la vieja pestosa esa. Joder, 
se suponía que lo tenían controlado hijos de puta. Se suponía que la harían 
salir corriendo, que la verían pegar saltos con el culo abrasado. Decían que ya 
lo habían hecho una vez con el tipo del BBVA de Mandri. Iba de echar unas 
risas, coño. ¿Quién ha tenido tiempo de reírse? Solo correr. El bidón de 
disolvente ha sido. Coño, coño, la vieja, el cajero, todo a la puta mierda. 
Seguro que está muerta. Joder, joder, joder. A tu madre no le gusta que digas 
tacos. 
Empiezas a reconocer las esquinas de las calles, te orientas como puedes 
porque en esta mierda de barrio todas parecen iguales. Tú casa está muy lejos 
pero está muy cerca. Tu casa aún no ha explotado. Sólo importa que no digas 
tacos y aguantar a la idiota de tu hermana. 
Intentas que nadie escuche cómo te late el corazón, no despertar a nadie. En 
la cama aún te tiemblan las manos. Crees que no volverás a dormir pero un 
rato después caes rendido. Sueñas con el porro de después de clase. Con 
Marta que te ha guiñado y te ha dicho "¿les conoces? ¿Son tus amigos?". 
Contigo saliendo con ellos del bar compartiendo una cerveza. Con los ojos de 
la vieja que se ha desperezado para abrirte la puerta del cajero. Con el hedor a 
cuerpo sucio y a sueño. Con las patadas. Con el bidón. Sueñas que te 
despiertas y no hay por qué tener miedo. 
Cuando suena el despertador tus sabanas huelen a limpio y Paulina, 
almidonada, se asoma a despertarte. "Tiene el desayuno puesto, su madre le 
está esperando un poquitito enfadada. Se ha enterado de lo de ayer. Llamaron 
del colegio que no había ido usted por la tarde… Yo de usted, me iría buscando una buena explicación que darle". 

viernes, 22 de abril de 2016

Cenicienta

Escucha Ricky, yo te voy a decir una cosa. Que a mí todo este rollo de Ahh me pasó toda la noche contigo pero luego no me quedo con tu nombre me ha tocado muchísimo los cojones. Que sí tío, que no estoy para historias, que me sé de qué va la peli por muy víctima que se quiera poner ahora con que no sabía quién era yo, que a ver si me vuelve a ver… Bah.. A ver si encuentra una excusa para aparecer por aquí un día y me echa un ojo a ver si le sigo pareciendo mona. Que se le caía la baba el otro día y me lo tenía que quitar de encima de lo pesao que estaba, hombre... Vamos, que porque se me pasaba la hora del metro y encima tenía a la Loli, que le tenía que devolver el traje que se lo habíamos choreao a su hermana que si no, me vuelvo loca y a saber. Vaya, no sé, que a lo mejor nos enrollamos a saco y no monta este pollo del encoñamiento y de preguntar por mí a todo el mundo.  

Si es que lo del misterio y lo de dejarles con las ganas se ve que funciona... No me mires con cara de empanao tú tampoco. Que eso lo dice siempre la Loli y tiene toda la razón del mundo. Mejor irte en el momento justo y quedar como una señora, dejarle, ¿cómo se dice?, con la miel en los labios. Sabrás tú lo que es la miel y lo que es dejar algo pa luego que eres más compulsivo que la madre que te parió. Un animal, vamos. Que cuando conociste a la criaturita de la vecina bien que aquí te pillo, aquí te mato. Por poco os lo montáis delante de todo el mundo. Bueno, a lo que iba, que tampoco te quiero marear que estás deseando darle fuerte y flojo al mierda de gimnasio ese que te has montao y que te tiene todo el día pillao y loco de la cabeza. De verdad Ricky, que vida más triste, hijo mío... 

Oye, que digo que como el Johnny aparezca por aquí, yo me hago la sueca también. Tampoco me voy a acordar de quién era él, mira tú por dónde... Que si le he visto, no me acuerdo y que se las entienda con la mujer de mi padre si quiere verme. Y a ver si me dejan salir este finde porque, con todo lo que tengo en lo alto, no vuelvo a ver la calle hasta el año que viene. ¿El qué? Contri Ricky pues toda la movida de la casa que menudo trato hice chuleando con que dejaba los estudios. Que la casa requiere orden, que sus niñas están hasta arriba con las tareas del instituto, que si ella se encarga de las compras y a mí me toca el resto. Ni que fueran hermanas mías, que yo me las encontré hechas. Vamos, que echo más horas aquí que cuando estaba en la academia. 

¿Mi padre? Mi padre no dice ni mú porque es un calzonazos. Ese sí que está encoñao... Y la otra que es muy lista. Ella y sus niñas que han hecho el negocio. Que, vamos, que están estudiando sí, pero que no son mancas, que se podían hacer al menos la cama. 

Yo creo que mi padre y ella piensan que a lo mejor me agobio estando de chacha y vuelvo al FP. Pues van apañaos con lo tranquila que vivo yo de mujer de mi casa, bueno de la casa de ellos. En fin... Lo que te digo, Ricky, que a ver si al Johnny se le aclara el coco y viene a buscarme porque yo me piro vampiro y me largo con él. Y no te digo un día de cachondeo, que me largo y me largo… Y hago una locura. Hombre, que a mí el Johnny me gusta, que tiene mucha clase, que tiene curro y un piso y todo. El otro día con eso de que yo iba tan guapa y había tanta gente, que no te digo yo que no me reconociera, pero que estuvo súper guay. Un caballero. A mí con las prisas de que me daban las doce por poco me da algo. Como que me dejé allí mismo la bolsa donde llevaba los tacones de la hermana de la Loli,  que aquello había empezado muy pronto y yo ya me había puesto las chanclas. No veas el cabreo que tienen aquí conmigo porque llegué a las tantas. Vamos, que dice mi padre que yo no salgo más hasta nueva orden. Oye, ¿La has oído? La mujer de mi padre, que me está llamando. Que tia más pesá por favor... 

-¿Qué quieres?
- Niña, sal fuera que te traen una bolsa que te olvidaste en nosedónde
- Hostias que va a ser él.
- Sal, anda, que es un chaval así de tu edad, guapo.
- Hostia, Ricky, ¡que va a ser el Johnny! 

- Anda, niña, deja eso que te está esperando en la puerta. Y chiquilla, hazme un favor: ¿quieres dejar de una puñetera vez de hablarle de esa manera al hámster?

lunes, 4 de enero de 2016

Primeros de año

"Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que apretara sus dientes por última vez". 

martes, 7 de julio de 2015

Rosita

La niña que no dormía la noche antes del examen se ha levantado muy temprano. Se ha calzado unas zapatillas de deporte y ha salido a correr 20 minutos. A la vuelta, ha encendido la cafetera antes de meter el pie, sudado, en la ducha de agua tibia. Al salir del baño, ha retirado las gotas de la mampara y colgado ordenadamente las toallas. Se ha vestido con la ropa elegida el día anterior. Un pantalón gris de raya diplomática, una camisa azul que abrocha, ya con prisas, hasta el último botón. La niña que lloraba de rabia cuando perdía la carrera en la clase de gimnasia se ha pintado cuidadosamente la línea del ojo y se ha repasado con máscara negra las pestañas. Después de apagar todas las luces y echar una sola vuelta de llaves, ha tomado el ascensor y salido a la calle, enfilando el paso hacia la estación de metro más cercana. Tres paradas después, ha podido sentarse en el primer asiento libre. Allí, ha aprovechado para repasar el informe con el que se quedó dormida el día anterior. La niña a la que se le retorcían las tripas cuando la apartaban de los juegos de chicos ha cruzado luego la cuadrícula de calles hasta la importante firma de comercio exterior donde trabaja y tomado el ascensor después de dar, amablemente, los buenos días.

Antes de las diez de la mañana, la adolescente que lloró de orgullo junto a sus notas de Secundaria, ya ha contestado a varios emails y solucionado un cúmulo de incidencias. Ha revisado el funcionamiento de los equipos en el exterior y comprobado que el protocolo marcha adecuadamente. Conforme pasan los minutos, la adolescente que llevó a su abuela la hoja de admisión de la universidad de sus sueños, salta de tema en tema con el corazón latiéndole muy rápido. Siempre le ocurre cuando comprueba que el trabajo está bien hecho. Mientras el resto de compañeros sale a comer y se despide compartiendo planes de fin de semana, la adolescente que se perdió las fiestas de facultad por no arriesgar la beca, se ha quedado frente a la pantalla y ha repasado el estado de la base de datos. No tiene hambre, de hecho, no comerá, y nadie, ni siquiera ella, se dará cuenta. Nadie suele observarla demasiado desde que hace más de siete años entrara, de la mano de su expediente inmaculado, en esta importante empresa.

Ya entrada la tarde, la mujer que muchos viernes cierra a solas la oficina, que contesta al correo los domingos y toma sus vacaciones de acuerdo a los ritmos de ventas; pega un respingo cuando el presidente sale del ascensor corporativo y, sorprendido de encontrarla en la oficina, se le acerca. Se sabe insegura para organizar su discurso y, antes de abrir la boca, la mujer que guarda su primera tarjeta de visita en su caja de tesoros, siente que la glotis le aprieta. Quiere preguntarle su visión sobre la memoria corporativa que le entregó la semana anterior, sobre el vuelco que ha dado en su departamento. Ahora que la soledad les permite estar tan cerca, tan cerca de alguien -por edad, por cargo, por naturaleza- tan difícilmente accesible, quiere trasmitirle mil ideas.

La mujer que renunció a aquel chico porque a sus carreras las separaba un océano, quiere preguntarle si cumple sus expectativas, si la encuentra capacitada para aspirar más responsabilidad en la empresa. Con todas esas dudas agolpándosele al otro lado de la frente, la mujer que aún no puede dormir cuando al día siguiente hay reunión ejecutiva o se ha torcido el balance de ventas; se queda callada mirando al presidente. Absorta. Es entonces cuando el hombre, que se ha quitado la corbata y desabrochado el último botón de la camisa, se le acerca para tocarle el hombro con una sonrisa indulgente.

-Rosita, hija mía, ¿qué haces a esta hora en la oficina? ¿Así cómo vamos a encontrarte novio? 

jueves, 17 de octubre de 2013

Los amantes y la alquimia

Los amantes no existían. Eran sangre, agua, piel, huesos. Grupos de células unidos por la misma electricidad que mueve los elementos. Eran además muchas cosas buenas, un ensamblaje de historias, viajes y encuentros, callejuelas de ciudad al sol y caricias de madre buena. Eran alumno, hermano, amigo, hombre que templa e ilumina, hombre que danza con la belleza.

Los amantes aún no existían. Los habitaban entonces seres brillantes, despiertos y completos. Seres que sorteaban ciudades y personas, caminando sin saber que todo puede cambiar con el azar de un encuentro. Desconocían que hay mañanas de olor a lavanda y destinos que nos esperan al lado del mar. Qué hay mañanas como puntos y aparte. Como mapas nuevos. Hojas en blanco para escribir palabras recién nacidas, palabras que nadie ha dicho nunca. Son mañanas que amanecen anónimas y y se tiñen con el color de un nombre, que detienen el tiempo y acortan el espacio. Mañanas que rompen la reglas de siempre y las transforman en otras distintas, fáciles a veces, otras veces, complejas.

Los amantes supieron entonces que acababan de empezar a ser. Que habían sido muchas cosas pero que estaban ante algo muy distinto. Vieron que les había faltado la mitad cómplice, la fuerza, la verdad y la caricia. La pieza única. El ingrediente y el calor que consiguen la emulsión perfecta. Sangre, agua, piel y huesos transformados, a golpe del alquimia, en una materia diferente, perfecta e imperfecta. Pasión, piel, latido, sueño. Alquimia que es capaz de teñir de magia, de magia de olor a lavanda, cada propósito doméstico, cada segundo de convivencia.

Los amantes son ya mezcla compleja, son mano sobre mano. Son ritmo de latidos y corazón abierto. Una mañana que quiere ser eterna. 

Dos cómplices valientes en un mundo imperfecto.

Los amantes son ya suma de historias, de raíces que entroncan con la tierra, con el pasado de unos y otros, con la memoria y los cajones llenos de fotos viejas. Son, además, savia nueva. Hojas que miran al sol, nacimientos, creaciones, mañanas arrancadas al tedio, confianza, fuerza.

Los amantes ya se besan los labios y las cicatrices. Ya mezclan dolor y delicia, perdón, pasión, entrega. Las claves complejas de ser dos y ser uno, de formar una pareja. 

Los amantes ya suman sueños e inventan palabras nuevas. Una a una van escribiendo su historia, que es la suya y, también, es la nuestra.

Leído en Cádiz en 11 de octubre de 2013 en una boda de alguien muy importante en mi vida, de una pareja muy especial. A esta servidora nunca le habían temblado tanto las manos. Ni las piernas...

miércoles, 14 de marzo de 2012

Perspectivas


El hombre se dio la vuelta en la cama para rozarla con la punta de los dedos. Podía oír su respiración. Se acercó despacio y pegó la nariz contra su pelo. Identificó el perfume compartido, la reconocible combinación de hormonas que pellizcaba su centro. Cerró fuertemente los ojos y se dejó ir. Fue un extraño ejercicio que le costó unos segundos. Imaginó que ella acababa de meterse entre sus sábanas, que era piel nueva y extraña, desconocida entre las paredes del dormitorio, de la casa. La siguió observando un rato más, recorriendo cada breve gesto de aquel sueño ajeno. La imaginó en otra vida, en otra cama, en otro sitio en el que nunca se hubieran cruzado. La imaginó en otros escenarios, en otros conflictos, arrancando la rabia de otro hombre que no era él, que ni siquiera se parecía a él, que no se hubiera llevado bien con él. La imaginó arrancando también su ternura, el deseo en los bordes de la costumbre. La vio llorando otras lágrimas, teniendo otros hijos, dejándose oler por un extraño que un día fantaseara al encontrarla durmiendo en su misma cama. La admiró ligera y liviana, sin el peso muerto de la propiedad y la costumbre. Sin la repetición de verla todas las mañanas, de cuidar de sus jaquecas y de sus gripes, de escuchar su voz templada al final del día. ¿Recibiste mi mensaje? ¿Has hablado con el técnico del seguro? Estoy muerta, creo que me voy ya a la cama.


Horas después, mientras preparaban en desayuno, ella le abrazó con entrega y él no se zafó como de costumbre. Lo de antes ha sido muy especial, le susurró al oído. Él sonrió mientras observaba detenidamente los contornos una tostada.


En el espacio familiar de la cocina todo había vuelto a su sitio. Se reencontraba con la ruta de siempre pero aún podía notar un pellizco en la parte superior del vientre. Aquella mañana, en aquella cama, se había dado cuenta de que esa mujer dormida siempre tendría algo de extraña, de que les unía un hilo muy frágil camuflado por la cíclica repetición de sus rutinas. Que no era suyo, que no era suya. Pensó entonces que todo podía quebrarse en un momento, de que sólo una concatenación de casualidades, una concatenación de miedos y azares pero también de acción consciente seguían manteniendo a aquel ser amaneciendo entre sus sábanas. Se reconoció, también, increíblemente ligero. La había pensado en otra cama, en otro escenario, y había podido reconocerla. Fuerte, entera, sin necesitarle, sin necesitarla.


El paso de los años había dejado caer entre ambos una sensación de permanencia que pesaba y absorbía. El hombre comprobó cómo era la vida cuando se esfumaba, sólo unos segundos, aquella mañana. Concluyó entonces que sólo asistía a una de sus vidas posibles, a una versión de entre las muchas. Notaba una sensación extraña, muy parecida al miedo pero también muy parecida al placer.

Antes de salir de casa se detuvo a darle un beso. Eligió detenerse a darle un beso. Eligió regresar luego, observar cómo se desplazaba por el piso, cómo agarraba el vaso de cristal lleno de agua, cómo se perdía en una charla aparentemente trivial. Eligió renovar por un tiempo más aquel pacto emocional que, tras la quiebra de aquella mañana, se le revelaba estimulante. Sentía una energía rara e inquietante. No entendía porqué pero aquella nueva perspectiva, turbadora, le hacía verla extraordinariamente ajena y volátil. Pensarla así le inquietaba, y le gustaba. Podía identificar una sensación esponjosa, agradable, mullida, muy parecida al alivio.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Escrúpulos

-Que asco mamá, es rosa...
Le gritó la acelga a su madre antes de que el niño se la metiera en la boca.

viernes, 13 de enero de 2012

Terapia

-Sabes que esto ya lo hemos hablado otras veces.

Ella dejó caer la barbilla y destensó los hombros. Notó cómo se le alojaba un nudo amargo alrededor de la garganta. Los ojos se le humedecieron. El cuello se giró evitando la mirada. Al otro lado de la mesa, el hombre mantuvo la suya uno, dos, tres segundos. El tiempo preciso para ver desarmarse, como un castillo de naipes, la figura escuálida que momentos antes había atravesado eufórica la puerta. Le había relatado con una enorme sonrisa sus avances, contado detalles y esperado anhelante su aprobación con esos mismos ojos solícitos de aquella primera vez hacía ahora muchos años. Minutos más tarde se despidió de ella y la acompañó  hasta la puerta. Aún notaba el calor, alojado en su mano tras el clásico apretón con el que se decían adiós, cuando volvió a su mesa. Como otras veces, un hormigueo eléctrico se deslizaba desde la punta de sus dedos, se alojaba en su palma, viajaba por las autopistas azules de sus arterías hasta el centro del estómago. Respiró hondo y notó cómo el corazón se calmaba. Se había descuidado, se dijo, debía estar más atento. Había estado muy cerca pero aquel giro, aquella frase lapidaria que tanto llevaba dentro, le garantizaba un nuevo encuentro. Al otro lado de la puerta, las voces cruzadas con la recepcionista, confirmaban que estaba pidiendo una cita y que la vería en la próxima consulta.


domingo, 1 de enero de 2012

Terror

Ilustración de
El monstruo que vive bajo la cama apenas sale. Permanece aterrorizado por culpa de las historias que oyó de pequeño. Leyendas sobre escalofríantes criaturas con sólo dos brazos y piernas. Seres con ojos líquidos y pelo en la cabeza con los que, a menudo, tiene espeluznantes pesadillas.

martes, 15 de noviembre de 2011

De piedra

Durante las primeras noches, insomne, se preguntaba qué pasaría, se preguntaba cómo sería. Había tomado la decisión en un impulso. Antídoto contra el dolor, mecanismo de salvación brutal y definitivo. Luego, con los años, casi se olvidaría. Protegido bajo su nuevo estatus. Salvado de contusiones dolorosas y cambios bruscos de presión y temperatura. La sensación de seguridad era francamente indescriptible. La nueva entidad bajo su pecho alejaba los demonios de los otros. Impedía, incluso, reconocer los propios. A su alrededor los que lo sabían y los que no celebraban -siempre tan centrado, siempre tan sereno- su exquisita educación, su saber estar, su sosiego. La verdad es que ?a quién le importaba aquella noche de lágrimas en la que lo había decidido? Una de esas noches interminables que olvidamos cuando dejamos de ser niños. Una noche, un impulso, que le llevó a cambiar la vulnerable y problemática víscera bajo su pecho en un grueso y rugoso órgano de roca de apariencia invulnerable. Aprendió a no defraudarles y continuó correcto y en su sitio -siempre tan centrado, siempre tan sereno-. El estable hombre del corazón de piedra. 

Sólo muchos años más tarde, cuando ya surcaban su piel profundas arrugas, un día que almorzaba rodeado de los extraños con los que había compartido su vida, se preguntaría cómo había sido. Cómo había logrado disimular lo poroso que era en realidad aquel elemento, cuán definitivas las marcas que en él se imprimían y, lo que era más importante, cómo hería estar condenado a tener el alma hecha de una de las materias más resistentes sobre la tierra. 

jueves, 27 de octubre de 2011

Soluciones

A María se le salió el corazón por la boca y decidió entonces que era un poco absurdo volver a comérselo. Nunca le habían gustado las vísceras y mucho menos las propias. Sabían más amargas de la cuenta y además tenían largas y pesadas digestiones. Con el corazón en la mano, buscó un recipiente adecuado donde transportarlo. No valían los cestos, porque la sangre se filtraba, con el dramatismo medieval del gota a gota. No valían las bolsas de tela que tenían el mismo problema. Tampoco las urnas con su tufo fúnebre, ni las fiambreras propias de las sobras del domingo ni, por supuesto, ningún recipiente de madera. Desechó las bolsas de plástico por vulgares y las peceras por transparentes. No estaba ella como para andar por el mundo enseñando a todos la íntima mecánica de sus sentimientos. Anduvo con el corazón desnudo unos días –a punto de congelársele de frío y de llenarse de polvo-  hasta que se topó por accidente con una olvidada caja de lata. Una de esas cajas gastadas que algún día contuvieron dulce de membrillo. Sacó las fotos viejas de dentro –no hay nada peor que encerrar un corazón entre recuerdos- y depositó el ensangrentado órgano con muchísimo cuidado. 

Desde entonces, de vez en cuando, se siente un poco vacía cuando se lleva la mano al pecho. Entonces abre la lata estampada de claveles y lo contempla ensimismada. Se siente tentada, alguna vez, con volver a comérselo. En esos casos lo lame con delicia y lo saborea. Paladear metal dulce y salado. Es un rito casi materno que al corazón le agrada porque tiembla con regusto. Como bebé después de la ducha, se siente limpio y agradecido. Con esta nueva fórmula no echa de menos el calor de un cuerpo y, lejos de bilis, decepciones, mordidas, lágrimas y otras digestiones problemáticas; se siente victoriosamente entero.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Servidumbres

El hombre más rico del mundo detestaba profundamente el caviar de beluga y el champán francés. En las cenas solemnes que frecuentemente organizaba para agasajar a quienes admiraban su riqueza, procuraba perderse sin que nadie le viera. Recorría a paso corto y cadencioso los afilados pasillos de su mansión, la cabeza y el cuello erguidos, la dirección firme. 
Sólo al llegar al ala derecha, seguro de que nadie le viera, apretaba el paso. La nuca helada, la frente confusa. Entonces llegaba a trotar hasta alcanzar agónico el cuarto de baño, inclinarse sobre la taza y, asqueado por el nauseabundo sabor de boca, vomitar.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Profecía

La más infalible echadora de cartas le había predicho que tendría el pelo rubio. 
Creció buscándola entre todas las cabezas, escudriñando obsesivo el paisaje de mujeres claras, casi albinas, a su alrededor. Viajando, una o dos veces al año, allí donde las mujeres tenían pestañas transparentes. Un día de marzo, con un pellizco en las entrañas, le pidió a ella -tan morena, tan largas y negras sus pestañas- que hiciera un esfuerzo por entenderle. Era absurdo luchar contra su destino: no habían nacido para estar juntos. 
Al final de su vida, cuando empezaba a dejarse morir, se dio cuenta, entre la frustración y la vergüenza, de que podía haberle pedido que se tiñera.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Humanidad

Bride of Frankenstein 1935

"No te hurgues en la llaga",  increpó el Dr. Frankenstein a su criatura al verle tocarse, una y otra vez, la tumefacta cicatriz. Al científico le molestaba la desobediencia casi infantil del monstruo pero debía reconocer el íntimo placer que sentía al percatarse de su predisposición al dolor autoinflingido y al sentimentalismo masoca. Claro síntoma, como comprobó más tarde, de que había conseguido en él una naturaleza inequívoca y dolorosamente humana.

lunes, 18 de julio de 2011

Maternidad

"Cariño, no llores, sabes que lo hacemos por tu bien", sollozó la madre mientras salía del cuarto. Llevaba en la mano un puñado de años de protección, una manta aún cálida y un sanguinolento trozo de tripa. El pediatra les había indicado, ya seriamente, que a los 35 años ya era hora de que le cortaran el cordón.

jueves, 7 de julio de 2011

La huida

El hombre que huye se agazapa junto a la cama. Ha esquivado su pasado, borrado su futuro, diluido su presente. Ha dejado atrás lo que quiere, lo que quieren, lo que espera, lo que esperan. Ha escapado hasta alcanzar una zona de seguridad donde nada puede atraparle. Desde hace un par de noches, sin embargo, está seguro de que han conseguido seguirle hasta allí. Puede ver en el reflejo de la ventana la figura siniestra de aquel hombre observándole. Está sentado en silencio y le mira fijamente. Se ha puesto su camisa y tiene su misma cara.

martes, 28 de junio de 2011

Amor condicional

Le quería con locura. En los momentos de sosiego, entre brote y brote,  sentía más bien un apego desafecto muy parecido a la costumbre.

miércoles, 22 de junio de 2011

Final feliz

Aunque posaron sonrientes para la portada del cuento, narran las crónicas que el príncipe y La Sirenita nunca alcanzaron una sana vida marital. 

Antes del choque romántico que reunió sus destinos en aquella regata, ella siempre se había definido abiertamente anarcosindicalista y él, lo confesaría sólo a los íntimos, jamás consiguió zafarse de la repulsión que le daba ese olorcillo a pescado pasado que exhalaba ella, último resquicio túnido que ninguna hechicera había conseguido quitarle.

martes, 3 de mayo de 2011

El código

El marido lleva un tiempo mirándola cuando ella se despierta. Le sonríe. Sabe que lo está haciendo tiernamente. Lo ha visto en muchas escenas: el hombre que contempla con ojos entornados, llenos de amor. Piensa que es un clásico entre las estrellas del celuloide. La esposa, algo hinchada, ha abierto los ojos pero apenas se ha movido, se rasca la nariz con las manos todavía metidas bajo las sábanas y permanece así, callada, esperando cuál será el siguiente movimiento.

Él se aproxima lentamente y tiene mucho cuidado en mantener los ojos abiertos, en que no se le caigan ni por un segundo los párpados. Es así como lo hacen los protagonistas. Es un movimiento recto y decidido que aspira a encontrarla con sus labios. Ella, que ha reconocido el código, tensa los suyos y los contrae. Sube ligeramente la barbilla. El aire cálido exhalado desde los pulmones, que ha atravesado los bronquios y la tráquea para abrirse paso por la garganta, sale al exterior en un gesto sonoro. Es un instante estridente que lleva implícito un reflejo, cierta cantidad de energía, la suficiente para separarles, casi imperceptiblemente, unos milímetros. Es un beso ruidoso que lleva implícito un mensaje, un límite, que no ha nacido para abrir sino para cerrar caminos.

El marido, entonces, se guarda la lengua aproximada, peligrosamente, al filo de los dientes. Se guarda la mano derecha que aspiraba rozar el muslo izquierdo de la mujer. Aprieta las piernas, haciendo chocar las rodillas y se guarda, también, esa erección que le ha hecho -hay que ser ridículo- desperezarse con ganas de un húmedo beso de película.

martes, 13 de abril de 2010

El verbo y el bizcocho

-No, estás confundiéndote. Estás hablando de querer y querer es aquí y ahora- dice él mientras hunde la cuchara en el bizcocho caliente. El camarero, que ya ha escuchado un rato la extraña conversación de la pareja, los mira de reojo. Los ha visto reencontrar la complicidad perdida, compartir confidencias, noticias amargas y dudas. Los ha visto entenderse con el misterioso código de los amigos, poner al día meses de revelaciones en hora y media de comida.
-¿Te has fijado alguna vez en el verbo? -le insiste- Querer. Implica tomar, desear, un posicionamiento activo. No es algo sentido, es algo vivido, lo quiero, lo tomo, lo agarro, lo hago mío. No tengo dudas, y si las tengo, lo quiero por encima de esas dudas.
-Ya.
-A veces pienso mucho en estas cosas cosas, hablamos de querer y no medimos la fuerza de ese verbo, no calibramos el concepto y, claro, nos equivocamos. Puedes tener afecto a alguien, puedes amar a alguien, desearle, incluso, pero quererlo... Querer implica acción, voluntad, apropiarse de algo. "Lo quiero". "Te quiero". Por favor, deja de mirarme con esa cara...
-¿Qué cara?
-Esa cara, me miras como si pensaras que soy un flipado.
-Qué va... Supongo que me estás mostrando algo en lo que nunca había pensado...
-Bueno, no sé... Es cuestión de coherencia... "El me quiere". Nadie quiere algo por lo que no lucha... De todas formas, no hay que ponerse triste cielo, querer no es siempre un verbo positivo. A mí no es que me guste demasiado.
-¿Por qué?
-Porque implica posesión, egoísmo...
-Ya...
Acaban de entregar la carta de postres y la pareja debate si compartir dos platos o pedir uno para cada uno.
-¿Te importa si te hago una pregunta?
-No, dime.
-Tú... ¿Quieres?
Él permanece unos segundos en silencio. Ella se arrepiente de ponerle contra las cuerdas. Después del almuerzo confuso, de su paciencia, de la suya, de saberle confuso, preocupado, lleno de dudas.
-Sí.
-¿Cómo lo sabes?
-Supongo que es el verbo que lo explica todo y que hace que no me rinda.