Una piensa que hay días que no van a llegar nunca y vacíos que nunca va a tener que notar. Por desgracia, en esto, como en otras muchas cosas, una se equivoca. Quizás también me equivoque en el descreimiento y haya un vergel de agua fresca, trocitos de queso y cortezas de jamón donde nos esperan todos los buenos amigos a que un día, tan arrugados y viejos como prematuramente les despedimos, nosotros les acompañemos. Si resulta que el vacío no existe, y me equivoco, y nos volvemos a encontrar, me encantará volver a acariciarte la tripa, pequeña.
El tiempo pasa rápido e intenso. Cambiándonos la piel, los ojos, los oídos, las personas y escenarios. Mutando las miradas a un mundo que nunca dejamos de descubrir. Como aquel niño de ojos enormes escondido en la sala de proyecciones. Hoy hace 25 años de una película que me marcaría para siempre. Muchas gracias señor Tornatore. No sé si tengo besos suficientes para agradecérselo...
A veces con miedo, a veces extremadamente indecisa, creo esta triple negación Made in Andalucía podría resumir bien cierta actitud que me mantiene viva.
Al final, siempre hay una mañana de noviembre en la que me digo que es injusto y paro de lloriquear. Está a punto de llegar diciembre, hace mucho frío y me levanto con los ojos con medio centímetro de más. Heredé eso -los ojos inútiles para el disimulo- la forma de almendra y las pestañas. También las ganas de seguir. De tomarme una copa de vino cuando las venas se vuelven pequeñas y el tener una casa llena donde los rincones cuentan historias. Heredé el vicio por las caricias. El decir te quiero a tiempo y a destiempo. El reírme con risa tonta. El querer sobrevivir.
Vivir. Sentir. Al final, el mes de noviembre siempre acaba con una mañana en la que me sorbo los mocos y me digo que soy injusta. Que tengo todo por lo que luchó ella. Una vida grande que sólo tiene los límites que yo le pongo. Una vida con algún golpe para que lo esquive, para que no me duerma.
Una vida a veces cálida y otras más fría. Mi vida. La vida que tengo y que es sólo mía.
Como decía alguien hace mucho, qué gran poeta Manzanita...
Los amantes no existían. Eran sangre, agua, piel, huesos. Grupos de células unidos por la misma electricidad que mueve los elementos. Eran además muchas cosas buenas, un ensamblaje de historias, viajes y encuentros, callejuelas de ciudad al sol y caricias de madre buena. Eran alumno, hermano, amigo, hombre que templa e ilumina, hombre que danza con la belleza.
Los amantes aún no existían. Los habitaban entonces seres brillantes, despiertos y completos. Seres que sorteaban ciudades y personas, caminando sin saber que todo puede cambiar con el azar de un encuentro. Desconocían que hay mañanas de olor a lavanda y destinos que nos esperan al lado del mar. Qué hay mañanas como puntos y aparte. Como mapas nuevos. Hojas en blanco para escribir palabras recién nacidas, palabras que nadie ha dicho nunca. Son mañanas que amanecen anónimas y y se tiñen con el color de un nombre, que detienen el tiempo y acortan el espacio. Mañanas que rompen la reglas de siempre y las transforman en otras distintas, fáciles a veces, otras veces, complejas.
Los amantes supieron entonces que acababan de empezar a ser. Que habían sido muchas cosas pero que estaban ante algo muy distinto. Vieron que les había faltado la mitad cómplice, la fuerza, la verdad y la caricia. La pieza única. El ingrediente y el calor que consiguen la emulsión perfecta. Sangre, agua, piel y huesos transformados, a golpe del alquimia, en una materia diferente, perfecta e imperfecta. Pasión, piel, latido, sueño. Alquimia que es capaz de teñir de magia, de magia de olor a lavanda, cada propósito doméstico, cada segundo de convivencia.
Los amantes son ya mezcla compleja, son mano sobre mano. Son ritmo de latidos y corazón abierto. Una mañana que quiere ser eterna. Dos cómplices valientes en un mundo imperfecto.
Los amantes son ya suma de historias, de raíces que entroncan con la tierra, con el pasado de unos y otros, con la memoria y los cajones llenos de fotos viejas. Son, además, savia nueva. Hojas que miran al sol, nacimientos, creaciones, mañanas arrancadas al tedio, confianza, fuerza.
Los amantes ya se besan los labios y las cicatrices. Ya mezclan dolor y delicia, perdón, pasión, entrega. Las claves complejas de ser dos y ser uno, de formar una pareja. Los amantes ya suman sueños e inventan palabras nuevas. Una a una van escribiendo su historia, que es la suya y, también, es la nuestra.
Leído en Cádiz en 11 de octubre de 2013 en una boda de alguien muy importante en mi vida, de una pareja muy especial. A esta servidora nunca le habían temblado tanto las manos. Ni las piernas...
Pilar: "Decirte que me ha encantado sonaría retórico, así que te diré que me despertó la chispa de la codicia, que he querido poseerlo, robártelo para mi Cándida como final y solución de su pérdida de corazón. De creador a creador, lo mejor que puedo decirte es que te robaría la autoría si pudiese".
Amar, desear, crear. Tener la suerte. O la oportunidad. Tener los ojos abiertos. Que no pase, que no se escape. Ser un monstruo a veces, ser un ángel. Odiar y venerar a quien duerme a nuestro lado. Ser dentro y fuera, ser uno, ser dos y la suma de dos. Ser algo en lo que los demás no caben. Pesadilla, grifo abierto. Ser el frágil hilo. Ser y que no se escape. Ser dos en un camino confuso. Y terrible. Amar. Crear. Matar. Amar. No dejar que entre el miedo. Cazar a la paloma. Amar.
En la relaciones, como en el consumo, hemos pasado del nada
al todo. De meapilas a sexoadictos, de callados a verbodiarréicos, de sobrios a
exuberantes, de parcos a estresados imitadores de escenas de Hollywood, de
bloqueados a neuróticos. En un camino irremediablemente marcado por las
temporadas del Corte Inglés y los guiones de películas y con la
extensión de la esperanza de vida por delante, ciertas palabras se han vaciado
y otras se han llenado de contenido. Ciertos gestos se han extendido para bien
de nuestra salud mental y otros se han desbordado para desnorte de nuestro
pudor. De misabuelosnuncasedieronunbeso a flipoconlascachasdelanuevanoviademipadre, o de mi madre, que también pasa. En mitad de ese caos que, vaya por delante, tiene cosas
maravillosas nos perdemos entre significados y, a veces, lo confieso, nos
sentimos exhaustos. O al menos yo me siento exhausta. ¿Qué es más importante? ¿La ternura o las violetas? ¿Quién
eres cara el público o quién eres tras la puerta de tu casa? Pienso
todas estas cosas hoy que mi primer Lorenzo –y el único- me trae a cola a
Manzanita en su fantástica versión de esa letra agridulce sobre un hombre severo que no sabía mostrar sus
sentimientos.
¿Escribiría Cecilia hoy una letra parecida?
Dramáticos casos
de violencia machista aparte, la canción hablaba del hombre difícil, de
ese
prototipo con el que a veces el cine nos engatusa con su cara más amable
y con el que
nuestras abuelas sobre todo y nuestras madres alguna vez, lidiaban toda
su
vida. Ese tipo especialito que jamás te decía que te quería pero traía
dinero a
casa, te hacía robustos hijos y no te daba mala vida. No puedo evitar
pensar que tal vez hoy el marido de
la canción de Cecilia se habría divorciado de la mujer harta de darle
por
imposible y se habría casado con una más joven, se habría teñido el pelo
y ahora sí se
desviviría a besos con su nuevo hijo. Cosas de la chochera del padre
mayor... Incluso, fantaseo con que quizás hoy el personaje de Cecilia
habría ido a terapia a que le curaran la alexitimia porque,
afortunadamente, en los tiempos que corren los hombres poco tiernos son
bastante conscientes de las oportunidades que se
pierden. Sí, ok, ok... ya he dicho que fantaseaba...
Hoy la canción de
Cecilia hablaría de un admirador que en lugar de
mandar violetas, enviaría un arrebatado mensaje de amor por el Badoo secreto de
la insatisfecha esposa. O no, le seguiría enviando flores pero flores
mainstream,
uno de esos ramos enormes que salen en las películas. O un bono para la
depilación láser que es más caro que ciertos diamantes... Quién sabe...
A pesar de la ternura que siempre me ha inspirado Manzanita,
hoy 9 de noviembre, prefiero regresar al origen y compartirla a ella,
cuyas
canciones grité en la ducha durante mi adolescencia con ese complejo mío
de
haber nacido a destiempo. Porque las canciones buenas nunca pasan de
moda y porque ciertas fábulas tampoco. Al fin y al cabo, en los días que
corren, con más medios que nunca, con más comunicación que nunca, a
veces somos extraños para la persona que duerme a nuestro lado, a veces
la oímos pero no la escuchamos, a veces hablamos mucho, constantemente,
pero no decimos cosas importantes. Al fin y al cabo, por muy bonitas que
sean las violetas, y los ramos, y los regalos de aniversario, ahora,
como en los años setenta, toda mujer prefiere el beso cercano, la paciencia cómplice, la satisfacción sencilla, la ternura. Saber que el otro estará ahí acariciando nuestros pies fríos, nuestro corazón frío, bajo las sábanas. Que las violetas, como los
regalos de compensación, se las puede comprar una.
El escalón está frío y piensas que te ensuciarás los pantalones. Son las cosas que piensan los adultos porque los niños nunca caen en este tipo de historias. Te sientas a su lado en silencio y no la abrazas, si lo haces, sabes que romperá a llorar, que sentirá más pena de sí misma. Su madre se lo decía: nunca llores delante del espejo, entonces no podrás parar. Si abrazas a alguien que se rompe, lo romperás del todo. Y no siempre hay que romperse del todo. A veces no es tiempo de romperse del todo. Ahora no es tiempo de romperse del todo.
Permaneces a su lado en silencio y compruebas como se calma. Estoy aquí, le dices sin saber demasiado bien si te está escuchando. He crecido, tengo el mismo pelo quebradizo, los mismos ojos excavados de colmenas. Tengo el mismo lunar de chocolate y el mismo ombligo enterrado en la carne. Me han salido marcas alrededor de los labios y caminos que me surcan la frente pero estoy aquí. Soy la misma. Seguí el rastro de golosinas y me quedé atrapada en casa de la bruja, escapé de la boca del lobo y he dormido muchas noches en la misma cama que los monstruos. Perdí la mano de mi madre y me tragó la multitud. Me desperté sola un día. Hice todas esas cosas, pero soy la misma. He venido a decírtelo porque sé que tienes miedo. Quizás quieras saber que aún espero cuentos en los que equivocarme. Más aún, quizás quieras saber que me quedan pesadillas de las que escapar. Que a veces tengo mucho miedo y sé que eres tú, que me pides atención, que me necesitas. Lo siento, a veces me confundo, me rindo, no encuentro el camino para venir a buscarte y decirte que todo está bien.
Cuando, ahora sí, la abrazo, puedo identificar el olor del champú de manzanilla en su pelo. Cómo se destensa su cuerpo enclenque con mi contacto y suspira aliviada. Regreso en calma. En el ascensor rebusco en mi pantalón. Dos Sugus de naranja y uno de piña. Sonrío. Nadie como ella sabe llenarme el corazón y los bolsillos de caramelos.