miércoles, 4 de noviembre de 2009

Hablamos de botánica

-Mi madre tenía la mano verde.
-¿La mano qué?
-La mano verde, se le daban bien las plantas. Sus amigos solían prestarle sus macetas enfermas porque en casa se ponían bien.
-Ah...
-A mí no me pasa. Se me mueren todas. No sé porqué.
-¿No será porque ella las regaba, las cuidaba, les cambiaba la tierra y esas cosas que se les hace a las plantas?

Hoy, puede darse por confirmado, ha muerto mi Tronco de Brasil. El segundo de mi vida, para ser más exactos. Regalo de GH cuando, en mitad del desierto físico y emocional de nuestro último paso por un periódico, me vio llorar al enterrar al hermoso ejemplar que había poblado el salón de mi casa desde mis nueve años. El que Las Tres M venían a regar una vez por semana, el que nos llevamos a La Prospe y luego a La Guindalera, y luego al palacio del Parque de las Avenidas y luego a Cádiz otra vez, a acompañarnos en un "nuevo proyecto". El que no supo adaptarse a nuestra nueva vida de ignorarnos sistemáticamente.

Mirándolo esta tarde me doy cuenta de que el que hoy se ha muerto, el que llevaba muriéndose -para qué engañarse- ya algunos meses, quizás algunos años, recibió el trato indolente de todo objeto que, animado o no, humano o no, viene a cubrir un vacío, se instala en el sitio de otro. No llegó a una casa llena de gente, ni me vio crecer, ni escuchó a mi madre hablarle cantarina los sábados por la mañana, ni experimentó el mimo de las duchas mensuales, ni el cambio de tierra que, una vez al año, ella regalaba ritualmente a cada una de sus plantas.

El ejemplar de Dracaena fragans 'Massageana' que hoy he reconocido irrecuperable fue, supongo que ahora lo sé, una víctima botánica de nuestra inevitable pérdida de inocencia. De ese precio que hay que pagar porque el tiempo pase y las cosas cambien y la vida entre y salga, y las personas se vayan y vuelvan, o no. Hoy no he derramado ninguna lágrima de incorregible nostálgica pero lo he observado detenidamente, a distancia, con un sabor áspero en la garganta. Deseando, quizás, rebobinar la cinta de los sentimientos, para poder, en este mismo espacio y tiempo en el que me encuentro, beber de aquel yo que se ilusionaba con una criatura inmóvil capaz de desplazarse, prodigiosamente, en busca del sol, de regalarte luminosidades a cambio de depender de ti, tierna, callada y vulnerablemente.

Antes, esta misma tarde, mientras tomaba notas y hacía repaso a mi historial de ideas, sueños y sentimientos, un hombre con barba blanca parafraseaba una cita de autoría confusa: "El amor es como una planta. No puedes sólo aceptarla y abandonarla en algún sitio, pensar que va a crecer por sí sola. La tienes que seguir regando. Tienes que comprometerte a cuidarla".

Desde la puerta iluminada de la cocina, contemplo la triste imagen de esa agavácea que nunca encontró su sitio y me doy cuenta que he protagonizado un minúsculo y universal -aunque la mayoría calificará de insignificante- acto de desamor. El fin de un ser vivo que, como los amigos lejanos, el amor no consumado o el deseo carnal roto al filo de una sábana, ha muerto de inanición a manos de una persona, yo, que nunca se implicó demasiado. "Dejarse llevar, es dejarse morir", me recuerda desde el otro lado de la mesa el hombre de la barba blanca.

Mientras escribo estas letras la trivial historia de la planta enferma cobra una inquietante importancia. Algo se mueve entre mi pecho y el vientre y, con una cierta sorpresa, me doy cuenta de que siento algo muy similar a la culpa. Se parecía, como la rosa de El Principito, a todas las demás, pero era mía y eso la convertía en algo único, ¿verdad?

Me acerco para comprobar si, efectivamente, el tronco también está muerto y lo palpo reseco, vacío y blando.

Es el sino que compartimos las plantas y las personas: el que a veces, aunque languidezcan delante de nuestras narices, uno decide amarlas demasiado tarde.

7 comentarios:

Microalgo dijo...

Hombre.

Por fin un post en el que demuestra Usted cómo puede llegar a escribir.

Y no lo digo por ser yo mismo botánico.

Equilibrista dijo...

Precioso post... bonita y triste historia... no te culpes demasiado

saludos

catalino dijo...

Me encantó.

Es de esas cosas que a uno le hacen sentirse orgulloso de contarte entre mis allegados. Allegadísimos. Y eso, todavía me hincha más.

Espero que tu otro tronco no despierte un buen día, en plena corriente, seco y vacío.

catalino dijo...

Me encantó.

Es de esas cosas que a uno le hacen sentirse orgulloso de contarte entre mis allegados. Allegadísimos. Y eso, todavía me hincha más.

Espero que tu otro tronco no despierte un buen día, en plena corriente, seco y vacío.

Anónimo dijo...

Allegados??? Allegadísimos??? No sé qué experto botánico consideraría ése un abono adecuado para nuestra cosecha. Cosecha que, uno espera, no sea allegada, sino propia, íntima, indecentemente nuestra. Es lo que nos queda...

Antes de que no seamos, nosotros mismos, quienes despertemos un día blandos y vacíos.

Microalgo dijo...

Debe ser que es lunes. El caso es que no entiendo ni el comentario de Anónimo ni su profusión de comas. A ver si mañana, con otra perspectiva...

Juan Luis Castro dijo...

Por recomendación de un amigo, me he metido, como un polizón, ha visitar tu blog.

Me encanta como escribes, manejando las palabras con arte y con dulzura.

Tu tronco de Brasil me ha recordado a mi madre, que dejó este mundo en Junio del pasado año.

Aunque creo que no nos conocemos, gracias.