jueves, 29 de septiembre de 2011

Melodía de la semana


Suenan gritos a uno y otro lado de la plaza atestada de niños. “Esto sí que es un sustituto sano y natural para el Diane 35”, he soltado yo antes de dejar el bolso sobre la silla de metal. Saltamos de un tema a otro, socializamos con otras mesas porque Leica es muy simpática, nos reímos. Años de magia acumulados entre las dos, complicidades de primas postizas. No en vano, ella me salvó la vida en un episodio volador cuando yo apenas si sabía andar… Ella tiene una de las mejores vidas que conozco, o al menos, de las que más me gustan. Hoy tampoco pierde la sonrisa, ni el aleteo de largas pestañas que tiene desde niña, pero se pone un poco más seria. La conversación pasa de la broma -"Hija mía, estamos plena crisis de los cuarenta"- a las veras: "Algo pasa, algo va mal". Me habla de un cambio en la alegría, de una infelicidad latente, que no tiene ninguna razón pero que podría tenerlas todas. No es infelicidad propia pero sí cercana, así que también es propia. Le cuento que guardo una foto terrible: Yo me esfuerzo en sonreír pero a mi lado no. Recuerdo las veces que intentaron hacerme sonreír hasta que se agotaron. Le cuento que la entiendo. Sé que cuesta ser feliz si al otro lado se consumen, poco a poco. 

Sin abandonar esa postura tan suya -la espalda muy recta, antes de chasquear la lengua-, ella me habla de una tristeza instalada, de una necesidad de escapismo. “Sólo es feliz cuando estamos de viaje”. Y sonrío sobre la vida breve e inventada que tenemos en los espacios ajenos: unas vacaciones, una fiesta, el fin de semana en casa de unos amigos. Los momentos en los que dejamos de lado nuestra rutina para soñar la vida que podríamos tener si rompiéramos la inercia, si tuviéramos otro trabajo, otra pareja, otra familia, otro coche, otro apartamento. Los momentos en los que somos hilarantes y triunfadores, guapos con dientes muy blancos, ricos por un día. Por un día perfectos, como nos exige nuestro perverso universo de referencia de puntos lumínicos, o píxeles, o lo que sea. El mismo universo de referencia que en un maniobra desquiciante ahora se empeña en que estemos tristes y muertos de miedo.

“¿Has pensado que puede ser un caso de contagio?”. “¿De contagio de qué?”, me pregunta. “Pues de desesperación, tristeza, falta de perspectivas, como quieras llamarlo. De ganas de escapar. Sólo hay que enchufar la tele, leer un periódico, hablar con el vecino. Todos cuentan malas noticias, nadie ve salida, nadie dice nada bueno. Es miedo y más miedo, frustración y más frustración. Todo el mundo tiene ganas de salir corriendo y mandar su vida al cuerno”. Ella se queda seria por unos segundos y asiente. “Creo que tienes razón”. Me imagino que somos pelotas de goma rebotando. Ahora hay que ser el más feliz del mundo, ahora hay que asustarse porque todo está muy mal; ahora ten una treinta y ocho y no envejezcas, ahora resígnate a que los más jóvenes te arrasarán; ahora gasta y carpe diem; ahora ahorra o lo lamentarás; ahora abraza a Peter Pan, ahora besuquea a Oliver Twist. “Es agotador y es complicado que no le afecte… Estamos todos igual”. 

Esta mañana, mientras cruzaba las callejuelas en dirección a la oficina, he apagado la radio y enchufado el Goear. “Ya está bueno lo bueno”, me he repetido mientras enfilaba mi camino e imaginaba a ese hombre triste, con una vida buena que le resulta difícil ver. He toqueteado mi aparato fetiche para buscar un remedio, una pastilla de bienestar, una solución en forma de buena canción. Ni erudita ni significante, ni de moda ni top ten. Una canción capaz de salvarme la mañana y rebelarme contra este tedio que ya me ha hecho perder bastante, sobre todo, tiempo.

Con el corazón arrebolado me pregunto qué tiene una buena canción. 

Pues que no importa el tiempo que pase, ni importa quién la cante, ni los recuerdos-lapa que traiga. Que es capaz de agarrar tu corazón en volandas, arrancarte una sonrisa, dejar que se te abra el pecho y te sientas, increíble y sinceramente, bien. No importa lo que esté pasando en la calle, ni en tu casa, ni en el telediario, ni en tus tripas. Una buena canción es capaz de hacer que te agarres a esa cosa buena que, como dice Fito Páez, llevas ahí. Hoy una canción ha sido el único antídoto para salvarme, al menos por unos minutos, de este contagio feo, oscuro y gris. Y, pese a quién pese, sigo de buen humor.



He tenido que hacer un esfuerzo para no publicar el clip oficial porque, ya sabéis, está el barbas y toda la fuerza que le pone... Pero es que este clip amateur mola taaaaaaaaaaanto.

No hay comentarios: