viernes, 24 de junio de 2011

Ritos de agua tibia

Lee Miller, 1930
Le cuento a F que a veces sólo me encuentro bien, realmente bien, sumergida en agua. En ese agua tibia a la misma temperatura de las lágrimas. La puerta abierta para que salga el vapor. Espuma o no, jabón o no, aceite o no. Las piernas flotando levemente. A veces hay un libro, a veces un portátil del que sale música, o la cara de Tony Soprano. O una voz al otro lado del teléfono. O el silencio. A veces estoy sola, a veces no lo estoy. F levanta los ojos para preguntarme por qué. 

No me he dado cuenta pero, de alguna manera, me ha tomado de la mano y, así, sin moverme de la silla negra donde estoy sentada, me lleva a un espacio alicatado en blanco, con azulejos sólo hasta media altura. Hay colgados cuadros de madera. Mi madre está sentada en el borde de la bañera inclinándose sobre el agua. Intenta hacer espuma agitando fuertemente las manos. Un baño de espuma es una cosa muy femenina, tiene mucha clase, es lo que hacen las actrices y las reinas antes de ir a las grandes fiestas, me cuenta impostando la voz. Se dan un baño para estar más guapas. Yo soy una niña que juega a sentirse una princesa. 

Nuestras tuberías nunca tuvieron demasiada presión así que es difícil sacar esas minúsculas pompas que luego pueden soplarse como si fueran pequeñas flores aladas. Mi madre agita las manos con brío. Usa un gel que ni está perfumado ni fue diseñado para los baños de belleza, un gel tamaño familiar que, de la mano de este ritual de domingo por la mañana, se transforma en algo muy distinto. Me meto en el agua y me quedo sola, aunque a veces la llamo porque, de estar tanto tiempo, me aburro. Entonces se sienta sobre la tapa del váter y se enciende un cigarrillo. A ver, ¿qué quieeeeeeeeeeres?, me pregunta exagerando su tono de fastidio. Cuando salgo del baño siempre se adelanta: No quites el tapón. Entonces se mete ella porque, por alguna misteriosa razón cívica, se sentiría culpable de llenar la bañera de nuevo y porque, por una cuestionable lógica materna, el agua del baño de una niña nunca está sucia. Los papeles se invierten y ahora soy yo la que está sentada sobre la tapa del váter contando dios sabe qué cosas. A veces me salgo fuera y, cuando vuelvo, ella tiene los ojos cerrados y permanece muy quieta. Se ha encendido otro cigarro.

F ha tirado, sabiéndolo, de uno de esos lazos invisibles que nos unen a las cosas y a las personas, ha hecho una pregunta al aire que, sin darme cuenta, ha dejado abierta una puerta. Los recuerdos se cuelan por ella, por esa rendija, mientras escribo. Los detalles van llegando invitados. Se mezclan días y olores, nuevos geles y aceites. Una sensación de presión física en el centro del pecho. Las fotos desenfocadas de la bañera de un piso de Granada. Inmersiones breves a primera hora de la mañana, antes de enfrentarse al miedo. Bañeras donde sumergir cicatrices. Baños que lavan la culpa, que te acogen agotada al final del día, que aligeran el peso y curan las heridas. Los azulejos negros de una bañera estremecida en un hotel de Milán. Baños con pastillas efervescentes, baños que huelen a rosas, a miel, a cerezas, baños que queman o que se han quedado fríos. Una bañera en la que se centra estratégicamente el grifo. Es para que ninguno de los dos nos lo clavemos en el cuello. Un baño pensado para ser compartido. Baños breves y largos, que siempre acaban con el corazón en calma, unos segundos en los que todo parece perfecto. Dónde iría yo si no tuviera eso, me pregunto.

Un baño es una cosa muy femenina, es lo que hacen las reinas
para estar guapas antes de ir a una gran fiesta. Al salir, si hay tiempo, incluso puedo tirarme un rato sobre la cama, disfrutar del tacto cálido de la piel desnuda rozando la toalla. Los dedos siempre arrugados. Ahora mi albornoz -esa prenda que también tiene algo de mágica- ya no es rosa, del color de las princesas, sino blanco, del color de las cosas limpias. Y ya no me queda largo. Es una pieza más del rito acuático porque, si las princesas se bañan para estar más guapas, las plebeyas lo hacemos por otras razones y yo, lo he descubierto hace muy poco, lo hago para sentirme a salvo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

para qué buscar palabras,
muy bonito, Fátima

Unknown dijo...

:)

coronada dijo...

sniff...

Jorge dijo...

Que lindooo!! Para mi el agua esta muy relacionado con el espíritu será porque somos casi un 80% de agua y el otro 10% puede que sea puro neurotransmisores, por eso necesito de ella para poder limpiar mis brivaciones, mis pensamientos, mis actos (los sexuales sobre todo) , mis pretensiones..etc en fin un texto muy lindo !!supongo que darse un baño (hace tiempo que no lo hago) es como hacer una pausa en todo tus actos, una ducha es algo mas como punto y seguido.