domingo, 23 de noviembre de 2008

De vuelta


El olor de la cocina de mi tía. La empinada cuesta de la entrada. Aquella primera foto, con coleta y vestido rosa, bajo el brazo de mi madre. El verdín de las paredes. El cielo preñado de estrellas. La calma. Una vuelve a casa y sabe que no tiene casa. Sabe que hace tiempo que juega a tomarla prestada. Llega y llena el baño a la temperatura exacta de las lágrimas. Jugar a pertenecer, jugar a ser y saber que, en el fondo, te ha tocado la carta más lúcida, la de saber que no eres nada. La carta agridulce de los que les tocó mirar desde el otro lado, la del vértigo que, en los días de sol en el pecho, te convierte en valiente, fuerte, uña, caricia, "ven, respira, no va a pasarte nada".
Una vuelve a casa y reúne las paredes, vuelve a cuadrar las ventanas. Ordena la fábula de un espacio y lo acicala. Me esperan el té, el agua caliente y el pijama. Me esperan espejismos dulces, las herramientas domésticas, la voz cerca y lejos al otro lado del teléfono. Soy un caracol que apúntala su cáscara. Mientras no sople demasiado frío, puedo creerme abeja u hormiga, vuelvo a fantasear con encontrar mi sitio, los calcetines por encima de la ropa, debajo de una hoja, en mitad de estas ramas.

1 comentario:

M.Luz dijo...

Vaya, veo que sigue sin comentarios este magnífico post, pues como te dije Fátima, me encantó, me emocionó. Un beso.