
Oded Ezer
"Hay muchas cosas que no puedo decir a nadie, casi todas se refieren a las matemáticas". Carlos Edmundo de Ory

La técnica codifica sus propios reencuentros. Mi móvil comodín -un más que desagradable artilugio que nunca falla y guarda mi agendaXtrem para cuando fallan otros terminales más pijos- atesora en su galería un par de fotos que me reencuentran con las importancias del pasado. Juego a no borrarlas, merece la pena probar la turbadora sensación de ser la misma persona y ser otra, al mismo, o mejor dicho, en distinto tiempo. El último salto espacio temporal de inspiración técnica ha tenido que ver con mi anciana cuenta de yahoo. La primera, la más antigua. La que me creó un novio americano (bueno, nacido en América) que allá por 1998 me bautizó como internauta. Lo que ha llovido. Para evitar más complicaciones y registrarme en Flickr me he atrevido a probarla. He introducido el usuario, la contraseña. He fantaseado con la posibilidad de encontrar los correos de antaño... Cándidas declaraciones de amor y proyectos trasatlánticos que esperaba saborear con la perspectiva de la experiencia. Su cuenta se considera desactivada, me ha avisado un mensaje.
Es el año internacional de la papa. No del Papa ni el papá. De la papa a secas. Así, bisilábica, humilde, femenina. El alimento más socorrido del mundo celebra su conmemoración mundial y, cómo no, vuelve, como junto al filete, a quedarse oscurecida por el despliegue mediático de celebraciones más finas. Es año de Juegos Olímpicos, es año de Eurocopa y un fornido mallorquín se las pasa acumulando premios allá dónde pone la raqueta. ¿Quién va a acordarse de la papa? Fea, sucia de tierra, elemental, pequeña. La FAO organiza el periodo que debe celebrar las beldades de este alimento y, como todas las cosas feuchas, nadie parece echarle cuenta. Las papas hacen bien.
Descubrir ciertas nóminas ajenas es como ver a tus padres poniendo los regalos la noche de Reyes. Como llegar a razonar que es imposible que un ratón con apellido se cuele para llevarse un diente sin dejarte pelos, parásitos o, en su defecto, la peste. Como descubrir que Romy Schneider no fue feliz. Ocurre un día, después de volver de la máquina del café, mientras los directivos discuten de la Ontología del Garbanzo en su acristalada sala de reuniones y tú esperas que alguien se ponga a trabajar y te encargue la tarea.