martes, 19 de agosto de 2008

Dormir sola


Hay que ser confiada.
No hay que pasarse de la cuarenta.
Hay que comer verdura.
Hay que poner la otra mejilla.
No hay que ser dependiente.
Hay que ser cariñosa.
Hay que tener confianza.
Hay que ser valiente.
Hay que ser autónoma.
Hay que vigilarse los lunares y palparse las tetas.
No hay que poner barreras.
Hay que comerse el mundo.
Hay que cobrar más de mil euros.
Hay que se educada.
No hay que comer con la boca llena.
Hay que ser un crack en la cama.
No hay que tener prejuicios.
Hay que saber controlar la depre hormonal.
Hay que saber callarse.
No hay que ser materialista.
Hay que saber escuchar.
Hay que saber callar.
Hay que ser autónoma económicamente.
Hay que comer de todo.
Hay que parecer libre de miedos.
No hay que confiar en extraños.
Hay que respetar los espacios.
Hay que ser interesante.
No hay que parecer un útero vibrante.
Hay que estar bien depilada.
Hay que controlar las malas caras.
Hay que saber estar solo.
O al menos, aparentarlo.
-Nena, ¿qué te parece si este sábado duermes en mi casa? Llevo tanto tiempo cuidando de alguien que quedarme un finde sola en casa se me hace impensable...
-Por supuesto, o podrías dormir en la mía... lo digo por la Leica.
Respondo con alivio. En mi banal humanidad darme cuenta de los demás también son vulnerables me tranquiliza. Somos deliciosamente imperfectas, siempre a medio camino de la estampa perfecta, siempre peleando por lo que queremos -¿qué queremos y porqué lo queremos?-, siempre justificándonos ante lo que se espera de nosotras. Somos azote de miedos, víctimas de la cultura popular. Ahora os quiero sumisas, ahora emancipadas.
Somos contradicción pura, estamos sueltas y atrapadas.
-¿Qué hora es?
-Casi las diez y media. ¿Tienes prisa? ¿Te espera alguien?
-No.
-Pues entonces... disfruta. Eres libre, puedes hacer lo que quieras.
Qué vértigo.

1 comentario:

genialsiempre dijo...

bonito, me gusta como describes las situaciones cotidiáneas

jose maria