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Entre las grandes mentiras de la vida de cada cual se cuentan un ramillete de sentencias que pertenecen al ideario colectivo. Si el cómo los padres de una se las ingeniaban para hacerle comer los higadillos o evitar que andara descalza daría para escribir un ensayo sobre fabulaciones familiares, frases como "Trabajando duro lo conseguirás", "Todos los cerdos tienen su San Martín" o "El tamaño no importa" sirven de ejemplo para ese catálogo de expresiones con las que a una le perforan la cabeza para que, ya de adulta, se gaste los cuartos en un psicoanalista que le explique que, sencillamente, todo es mentira.
Una de las expresiones más recurrentes, aderezada además con el gustillo de la ciencia matemática, es la de que el el "Orden de los factores no altera el producto", cosa harto falaz que, en el caso de las relaciones, deja curiosísimas muestras de ingeniería del cuchipandeo. [Esto es, toda clase de expresiones, frases hechas y otras beldades del lenguaje con las que un grupo de individuos aprende a distinguirse del resto creando para sí una identidad colectiva]
Últimamente el orden de los factores se antoja importantísimo cuando, en mi círculo de cuchipandeo, nos referimos a dos realidades cada vez más habituales en esta sociedad moderna de las relaciones express y el complejo
peterpanesco. Me refiero al
Hombre Proyecto y al
Proyecto de Hombre. Dos maneras parecidas lingüísticamente pero diametralmente opuestas en lo que al objeto referido se refiere.
El primero de ellos es ese individuo que se cuela en tu vida y te la llena de planes. Esa persona un poco friki que, de repente, aterriza en tu existencia y, ante tu propio estupor, te soluciona los fines de semana de aquí a tres años, paraliza el resto de tus citas y termina proyectando una especie de vida multicolor de la que tú eres la actriz principal y él un especie de galán enamorado agradecido al mundo por haberte conocido.
El
Hombre Proyecto es una especie de Guía del Ocio de carne que al principio te repele y, después, si andas con la defensas bajas y con un cierto regusto por que te mimen, termina alicatando con su decálogo de frikadas tu vida. Se le detecta por la naturalidad con la que, de repente, no utiliza otro tiempo verbal que la primera persona del plural, por su furor por presentarte a su familia, comprar un perro o, en su defecto, montar un negocio a medias para alimentar a la cohorte de retoños que, algún día, tendréis juntos.
El
Hombre Proyecto es ése cuya naturaleza hiede a kilómetros aunque tú seas la única que no se da cuenta. Ése con el que tus amigos hocican porque te ven contenta. Un individuo de sonrisa profidén al que todo le parece de perlas hasta que un día, de repente, decide hacer proyectos por otro sitio.
Si una no ha conocido hasta el momento a ningún
Hombre-mujer Proyecto -siento desatar las iras de los -
istas de poca monta pero la incidencia de esta especie es mayor en el género masculino- el paso de un personajillo de este tipo por la vida de uno puede ser desolador. Litros de llanto y borracheras varias para lograr entender qué narices pasó con "lo nuestro" y determinar una salida viable a la cantidad de fines de semana que, de repente, se te quedaron cojos.
Lo del
Proyecto de Hombre es otra historia. Tiene que ver con la madurez tardía, la salida del regazo materno y la inicapacidad de ciertos individuos para enfrentarse a esa amalgama de facturas y lavadoras por poner que es irremediablemente la vida. Es ese hombre-mujer -aquí la cosa se va igualando- que uno sabe que terminará mereciendo la pena pero que anda... ¿Cómo decirlo? Un poco verde.
El
Proyecto de Hombre -permitidme -istas del mundo que me refiera mi género reflexivo- es ése que una cree que conoce demasiado pronto. Un individuo de aparente buena pasta, que bien podría algún día arrebatarte el corazón si no fuera porque aún no practicas el canibalismo y lo de dar hervores ajenos te parece fuera de tus competencias. Del
Proyecto de Hombre una se despide con un saborcillo agridulce en los labios. Si tienes suerte, y no vuelves a verlo, su imagen -difuminada en la amalgama de recuerdos de tu mollera- se convierte en un altar recurrente al que regresar cuando el novio de turno la caga mortal. "Ay... con zutanito de tal hubiera sido diferente". Como los amores platónicos, el proyecto de hombre puede instalarse en tu catálogo de personajes de ficción y servir de requiebro eterno. En estos casos, resulta útil.
No obstante, en la mayoría de las ocasiones y para pena de tu imaginación, el
Hombre Proyecto continúa apareciendo en tu vida de vez en cuando, confundiéndote algunas veces, decepcionándote otras tantas, hasta comprobar que, una vez más que después de soportarle la enésima perorata sobre el sentido de la vida o el funcionamiento de su PSP, lo tuyo era una exagerada confianza en el ser humano.
Finalmente, y como bien señala mi amigo Pablo -defensor de la inexistencia biológica de la diferencia sexual y tamiz crítico de este tipo de teorías- a esta amalgama de expresiones podría unirse la de
Proyecto Hombre, asociación de ayuda a los toxicómanos que, en ciertos individuos, constituye la tríada magnífica del lenguaje.
Si chocas con uno que aglutine las tres puntas, te llevaste el Bingo.