
-Tengo un problema.
-Date prisa, me quedan diez llamadas para antes de las seis.
-No puedo escucharlos.
-Ya, lo has intentado otra vez. Bueno, esto pasa siempre, hazte a la idea, los perdiste...
-Pero no puedo prescindir de ellos.
-Pues tendrás que hacerlo.
-No entiendo, ¿cómo puede ocurrirme? Si está cerrado...
-Ya.
-Y hacía años que no los oía...
-Ya.
-No me lo puedo creer.
-Cariño, escucha a Albert Pla, es más divertido.
Vuelves a tu mesa con un mohín y el corazón en un puño. Cierras, casi con miedo, el vídeo de You Tube que llevabas meses buscando. Bebes agua y suspiras cabreada. El cerebro tiene mecanismos extraños, recovecos oscuros dónde se esconde el ser que fuiste hace diez, cinco, quince años. Lugares en sombra cuya existencia desconoces, espacios sin nombre que un día, una melodía, tocada por un loco en mitad de una terraza, expone a la luz de tu vida nueva. Entonces, vuelven emociones de las que ya no te acordabas, caras que ya no existen, imágenes que te estrujan el corazón y te llenan de vértigo.
Regresas cabezota hasta su mesa.
-Pero no quiero escuchar a Pla, los quiero a ellos.
-Lo siento, bonita, es el peaje que hay que pagar...
-Mierda.
Piensas, entonces, que la vida tiene paradojas absurdas. Extraños códigos para sobrevivir. Pasan las personas, los lugares, las emociones. Desactivados, diluidos en el tiempo, la muerte, el desamor. Podemos olvidar un romance, un amigo o un amante... Somos vencidos, desangrados, por los primeros acordes de una canción.