miércoles, 15 de junio de 2011

Sopas en las que adivinar


En Historia de lo nuestro -una maravillosa película que mi amigo Kiko y yo coincidíamos en situar como uno de los mejores retratos de las relaciones largas de pareja- Bruce Willis escudriñaba las sopas de letras que su exmujer, una lozana Michelle Pfeiffer, publicaba en prensa para sondear así sus sentimientos. “Con cinco letras. Sentimiento de apatía. Depre. ¿No lo ves? Me está mandando mensajes”, repetía en plan machaca a su amigo gordo y calvo. Aunque ya por entonces no tenía demasiado claro cómo podían tener el trenazo de vida que tenían siendo él lo que era – por cierto ¿él qué era?- y viviendo ella de los pasatiempos -que seguramente por entonces ya hacía un programa de ordenador-, siempre me acuerdo de ellos cuando asisto a un episodio detectivesco emocional. Antes, en la época en la que si no contestaba al fijo había que esperar a verle en clase al día siguiente; antes, cuando había menos ansiedad porque había más paciencia y las cartas del rollete en USA tardaban 15 días en llegar, uno se limitaba a llamar a la amiga enterada como quién consulta un oráculo. ¿Sabes si está diciendo por ahí algo de mí? ¿Pero tú qué crees que piensa? Entonces, en manos de la buena o mala leche de La Celestina que te tocara, tú movías tu corazón y tus fichas como buenamente podías porque, para qué engañarnos, hay grandes historias de amor forjadas al abrigo de un amigo buenazo con ganas de arreglar las cosas y grandes fiascos sentimentales modelados desde el destello verde de la envidia del tercer elemento.

Ahora, con esto de nuestra reputación digital, no sólo estamos más expuestos sino que las cuitas de amor se complican con invisibles ecuaciones sentimentales que hay que recoger –como semillas perdidas- por el catálogo de redes sociales. “El otro día en el Tuenti, vi que tenía colgada una canción de Julieta Venegas que hablaba de decir adiós. Yo creo que en el fondo sabe que esto ha terminado”. Miras a tu amigo treintañero –treintañero largo- y, antes de preocuparte por la semántica de la letra, por la poética con la que le ha dado permiso a esta mejicana para finiquitar sin mojarse el futuro de su relación, le escupes: “¿Cómo que tienes un Tuenti so pureta?”. Las redes han multiplicado nuestras comunicaciones pero no tengo demasiado claro que hayan favorecido a la calidad de nuestra Comunicación. La mayúscula es intencionada. Las redes nos han permitido tener trescientos amigos pero ninguno que verdaderamente sepa qué sentimos. Nos han dejado tener 300 conocidos entre los que escondernos. En las redes somos más guapos –“Pues parecía mucho más delgado en su foto de perfil”-, somos más simpáticos, somos más chispeantes. En las redes dejamos o no semillas que queremos que otros recojan. O no, porque las semillas quedan en el suelo, aunque nadie vaya a por ellas.

Las redes nos permiten dar un paseo por las vidas que un día fueron nuestras e intuir por dónde respiran, sacar conclusiones, postergar ese momento del cara a cara en el que enfrentar las cosas. “A zutanito y a menganito les ha pasado algo porque han borrado su estado del FB y además él ha cambiado su foto de perfil por un torso atlético desde el que te cuelga canciones adrenalíticas y fotos de borracheras”. Te narra una amiga que, como observadora virtual –nunca mejor dicho- no puede sino obviar las imágenes reales. Las escenas no escritas, que no dejan huella digital pero sí moratones en el pecho. Las de ese zutanito matándose en el gimnasio haciendo de su capa un sayo para parecer indemne al rechazo y al desaliento, las de ese menganito que ya no se atreve a pedir perdón porque, “al otro se le ve tan bien desde que está solo que está claro que no me echa de menos”.

Al final, en las redes estamos pero no estamos, nos mojamos pero no nos mojamos, nos comunicamos pero no. Siempre protegidos por un interfaz que nos permite parecer estupendos, felices, sin miedo, sin rencor. Que permite sacar conclusiones peregrinas, que permite dejar un vasto campo abierto a la interpretación. Al final, como esos japoneses frikis que viven en sus cuartos, son una excusa más para no encarar los ojos del otro, las responsabilidades o los rechazos, porque, mientras adivinamos, mientras sondeamos en la inmensa sopa de letras, todo es posible. No hay que hacer examen de conciencia, ni tomar decisiones, ni pedir perdón. No hay que quedar para tomar ese café revuelto que, y ese es el miedo que lo explica todo, puede tener un sabor muy parecido al dolor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

uy cuidadin con el tercer elemento, por no perder a un colega de farra la gente es capaz de sembrar tmpestades. y luego conocen a una pava, se ahorcan y te dan por culo, a ti, a la historia que has perdido y a los consejos que te dio