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Él: Te tengo clavada en mis pensamientos.
Ella: Ya. Por favor, no reflexiones mucho. Se está muy apretada aquí dentro.
Y allí, buceando pesadamente entre la masa encefálica, mientras acariciaba recuerdos infantiles y cauterizaba instantes de miedo, decidió quedarse para siempre. Parada entre las brumas de una tarde de merienda y la tabla de multiplicar del cinco. Adormilada, cálidamente, en ese lugar tierno dónde habitan los versos libres, las cosquillas y las misivas a los Reyes Magos. En el lugar exacto en el que, socializado y hecho carne pensante, cada ser humano guarda, sin saberlo, el tacto húmedo de la primera piel estremecida.
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