jueves, 4 de octubre de 2007

La fonética y la identidad


El español comparte con ciertos idiomas una configuración fonética de sonidos similares. Cuando uno sintoniza la televisión griega o pilla algún eco de Radio Euskadi, tiene la extraña sensación de que anda oyendo su lengua vernácula a la que algún rito satánico ha dado la vuelta. Esta regla facilona resulta imposible en determinadas circunstancias. Es por ello que el gaditano de reciente cuño no comparte con nadie ciertos sonidos guturales de difícil tasación. Uno puede pasarse la vida intentando imitarlo pero sólo una adolescencia enchufada al contralto de turno y una infancia regada por grabaciones caseras de las finales infantiles consigue lograrlo.

Directamente relacionada con las sinergias pandilleras que a unos les llevaron por el falaz camino de oxigenarse las puntas y a otros por los gloriosos adornos de la rojigualda, pertenecer a una manada con cordones de oro, camisetas sin mangas y coletilla torera en la nuca, presupone el don de ser capaz de hacer resonar la voz entre la nariz y la garganta y de gozar de un vocabulario propio cifrado en monosílabos crípticos, con el Ein a la cabeza.

Un fenómeno de fonética típicamente gadita que antes me irritaba y ahora empiezo a ver como una inteligente manera de comunicarse sin que nadie nos entienda. Si no, hagan la prueba, coloquen a su pariente de allende Despeñaperros en mitad del universo canicadi. Háganlo y lo comprobarán. Con ojos como platos tendrá que rendirse a la evidencia de nuestra peculiar fórmula para trabajar la identidad. Tendrán que morder el polvo antes de ponerse a descifrar.

Publicado el martes 2 de octubre en La Voz de Cádiz

1 comentario:

Anónimo dijo...

No ni ná!

Antoñín