jueves, 8 de febrero de 2007

Perfumes



Leo en la prensa que acaban de cortarle las alas, al menos temporalmente, al vendedor de perfumes falsos. Releo la breve noticia con cierta morriña -nadie me negará que en este mundo de las apariencias hay infinidad de falsificaciones más dañinas que ésa- y suspiro porque esta vez, esta beata vez, han puesto contra las cuerdas a alguien que me despierta cierta piedad. Uno debería pagar las culpas dependiendo el nivel de infelicidad que provoca, pienso. Recuerdo entonces el cándido rostro de mi amiga Jose defendiendo la autenticidad de una Mademoiselle Coco convertida en ganga: «Mira, si trae el precinto y todo ».El engaño dura apenas unos segundos, el tiempo necesario para fijarse en la boca del dosificador, en la calidad de la caja Ese momento llega, irremediablemente. Sobre todo si, menesterosa o no, te has convertido en adoradora de los totems de la cosmética. Pero mientras el instante se despliega, mientras caes en la cuenta de que era demasiado perfecto para ser verdad, has sentido por unos segundos que, por fin, eras tú la agraciada con el pelotazo del día. «Enhorabuena señorita, se acabaron las pesadumbres crematísticas. Viva una vida de glamour gracias a esta remesa de perfumes a precio de costo». Una no es tonta. Sabe que cuanto más se tiene menos se paga. Es consciente de que los pelotazos existen, para algunos, y se pregunta, ¿y por qué no yo? Y siente piedad por el buen ladrón, el que delinque a costa de proporcionar ese pequeño placer efímero. Juzguen lo que quieran señores, hoy ando algo frívola. Y en esta vida de presiones consumistas hay pequeños delitos que se viven como obras sociales.

Publicado en La Voz de Cádiz el 12 de diciembre de 2006

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