El otro día tuve un reencuentro con mi pasado. Sí, una empieza a tenerlo y no es agradable darse cuenta, por favor, absténganse de hacer comentarios. Continúo. El otro día tuve un reencuentro con mi pasado en forma de breve paseo por el universo finito del botellón. Y digo finito porque este revival de mi vida se sucedió -cosas del destino- en el que será el último sábado para beber en las celebérrimas calles de la movida nocturna gaditana. El encuentro no digo que fuera agradable, 38 grados de fiebre son capaces de aguar la fiesta más prometedora y una no estaba para meneos. Demasiadas caras conocidas y demasiados escalofríos. Una ve que el resto se va haciendo mayor, que caen los pelos, los culos y las poses y se da cuenta de que también de que se le deben notar los años. «No, es que he estado fuera. Sí, sí, salgo poco, ya sabes, el curro, los estudios». (En realidad prefiero madurar en soledad, piensas).Y cuando empiezas a recordar porqué no pisabas la calle Rosario, alguien te recuerda que no volverás a pisarla igual, que son ordenanzas municipales, que la vida cambia y que aquí, para los jóvenes, últimamente, rara vez tiene cordura. Te hablan del botellódromo en La Punta y te sientes desfallecer. ¿Será la fiebre? Otro gueto, ¿para qué?Sudada y ya camino a casa me pregunto qué será de esta ciudad que se quiere de Servicios. Qué será si el que viene a divertirse tiene que pillar un taxi para encerrarse a beber bajo una carpa. ¿No decíamos que en Cádiz no teníamos feria? Pues ya la tenemos y con vuelta a los orígenes. En la nuestra, volvemos a ser ganado.
Publicado en La Voz de Cádiz el de noviembre 21 de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario