Dice el perogrullo gadita que Cádiz es una ciudad para ser andada, que lo del coche es un esnobismo absurdo. Hay algunos, que lo sé, que se plantean incluso abandonar la tiranía de las cuatro ruedas para danzar en servicio bus para toda la vida. Cádiz es una ciudad «manejable», «cercana», «doméstica», «recorrible -¿cómo dicen?- en unas horas». Pero señores, Cádiz no es el mundo, y los últimos acontecimientos demuestran que el mundo, incluso, puede estar cada vez más lejos. Lo atestiguan los cierres empresariales, las fugas de capital y la endogamia. Retrotraimiento, tan pintoresco, que nos hace tan especiales. Cádiz se repliega para mirarse Pópulo -metáfora históricourbanística que se me asemeja al ombligo- y la vida va pasando mientras a golpe de automóvil. El que hay que conducir para llegar al trabajo -en Jerez, El Puerto o Chiclana-, para acudir a un cine, comprar en un súper o salir de copas en un horario medianamente indecente, ya hablé una vez de la imposible nocturnidad capitalina.Y los resignados al coche aceptan su sino, aún convencidos de que es cool vivir en la metrópolis, aunque la metrópolis cierre sus comunicaciones a las diez y sea más fácil acceder a la de Clark Kent que salir en la Gades sin el coche. El coche, ese amante que tanto tiraniza la nómina sin el que miles de gaditanos no podrían subsistir. Cádiz es una ciudad para ser andada, y para no salir. Para creerla centro y corazón del universo imbuido de centralismo gadita. De lo contrario, dobléguense a su Seat y correspondientes emisiones contaminantes. Que el transporte público no sabe de mancomunidades y menos de servicios.
Publicado en La Voz de Cádiz el 10 de octubre de 2006
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