jueves, 8 de febrero de 2007

La noche y el mar


La noche es un paisaje de criaturas extrañas, de personajes insomnes con tendencia a divagar. Sus habitantes aceptan raramente la rutina y siempre tienen una buena excusa para arrastrarse hacia las sábanas cuando, arriba, una tundra de colores empieza a amenazar. Entre el variado catálogo de especies se distinguen los curiosos, incapaces de dejar una película a la mitad; los asfixiados por el calor o agazapados por el frío; las víctimas del estrés y los parlanchines de biorritmos cambiados. Concentrados en esa finísima línea que separa el embotamiento de la lucidez, los noctámbulos se adaptan con dificultad a las nuevas formas de vivir. A ese homenaje al orden empeñado en encerrar espacios, marcar horarios, fijar horas de cierre, y de apertura.Por eso, así, dramáticamente, embozados en el silencio cómplice de la normativa europea, los noctámbulos conocen, raramente, que se enfrentan al peligro de extinción. Esta inconsciencia del final anda entre las causas de su manso caminar entre la libertad que fue y la que pudo haber sido. Les empuja a retirarse despacio de la terraza del bar, de la barra que echa baraja aunque entre decenas de vasos, se esté a punto de conjurar la piedra filosofal. Todavía se puede encontrar alguno deambulando entre las sombras de la Alameda, escondido en algún recodo de la Zona Franca, donde no se vulnera la paz vecinal. Creen que no hay reposo que valga lo que una mirada cómplice, reactiva a la luz. Seres raros y esquivos, les invito a disfrutarlos si es que aún les queda tiempo. La ciudad ha cambiado y, al hilo de lo políticamente correcto, nuestros insomnes huyen hacia otros mares, de noche mucho menos iluminados, y más proclives a la nostalgia.

Publicado en La Voz de Cádiz el 29 de agosto de 2006

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