jueves, 27 de octubre de 2011

Soluciones

A María se le salió el corazón por la boca y decidió entonces que era un poco absurdo volver a comérselo. Nunca le habían gustado las vísceras y mucho menos las propias. Sabían más amargas de la cuenta y además tenían largas y pesadas digestiones. Con el corazón en la mano, buscó un recipiente adecuado donde transportarlo. No valían los cestos, porque la sangre se filtraba, con el dramatismo medieval del gota a gota. No valían las bolsas de tela que tenían el mismo problema. Tampoco las urnas con su tufo fúnebre, ni las fiambreras propias de las sobras del domingo ni, por supuesto, ningún recipiente de madera. Desechó las bolsas de plástico por vulgares y las peceras por transparentes. No estaba ella como para andar por el mundo enseñando a todos la íntima mecánica de sus sentimientos. Anduvo con el corazón desnudo unos días –a punto de congelársele de frío y de llenarse de polvo-  hasta que se topó por accidente con una olvidada caja de lata. Una de esas cajas gastadas que algún día contuvieron dulce de membrillo. Sacó las fotos viejas de dentro –no hay nada peor que encerrar un corazón entre recuerdos- y depositó el ensangrentado órgano con muchísimo cuidado. 

Desde entonces, de vez en cuando, se siente un poco vacía cuando se lleva la mano al pecho. Entonces abre la lata estampada de claveles y lo contempla ensimismada. Se siente tentada, alguna vez, con volver a comérselo. En esos casos lo lame con delicia y lo saborea. Paladear metal dulce y salado. Es un rito casi materno que al corazón le agrada porque tiembla con regusto. Como bebé después de la ducha, se siente limpio y agradecido. Con esta nueva fórmula no echa de menos el calor de un cuerpo y, lejos de bilis, decepciones, mordidas, lágrimas y otras digestiones problemáticas; se siente victoriosamente entero.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bueno!!! Me encanta Fatimiti!!

Unknown dijo...

Creo que sé quién eres :)