-A ver, mira hacia mí. Vaya... Puedo ver que has estado atravesando una etapa de muchos nervios, mucha tensión. ¿Sigues así? No, ¿verdad? Pero has estado muy tensa, ya veo que sí, han sido años... Puede verse aquí y aquí. También has tenido una época en la que has dormido mal. ¿Estás mejor ahora? Vale. Te has desgastado mucho. En general esto tiene muy buena pinta, se ve que la tensión ha roto esta zona del cuello y separado la corona... pero también se ve que ha parado.
Yo no contesto porque tengo la boca abierta. Y no es porque este señor, que por año está más amable y cariñoso -¿Desde cuándo te conozco? ¡Desde los once!-, me tenga sorprendida con su capacidad de adivinación y sus profecías. No es porque las cartas de tarot me hablen del pellejazo con el que perdí la flexibilidad cervical y la inocencia, ni con los sueños de princesa convertidos en pesadillas. No, este señor no es mago, ni echa las cartas, sino que me tiene tumbada en una silla articulada con varios espejos metidos en la boca. Yo no contesto porque estaría feo eso de escupirle el tragababas y los enseres para explicarle mi vida.
-Esto está estupendo, sigues sin una caries y tus encías continuan perfectas. Qué alegría que me da verte hecha una mujer.
Cuando salgo de la consulta, mientras me paseo la lengua por el dolorcillo delicioso que te dejan después de la limpieza, caigo en la cuenta de que su diagnóstico tiene un punto místico que me alucina. Podemos ponernos las máscaras que queramos pero es complicado engañar a cierta gente. Podemos creer que vamos dando el pego por el mundo pero, al final, no puedes mentir a tu dentista.
Yo no contesto porque tengo la boca abierta. Y no es porque este señor, que por año está más amable y cariñoso -¿Desde cuándo te conozco? ¡Desde los once!-, me tenga sorprendida con su capacidad de adivinación y sus profecías. No es porque las cartas de tarot me hablen del pellejazo con el que perdí la flexibilidad cervical y la inocencia, ni con los sueños de princesa convertidos en pesadillas. No, este señor no es mago, ni echa las cartas, sino que me tiene tumbada en una silla articulada con varios espejos metidos en la boca. Yo no contesto porque estaría feo eso de escupirle el tragababas y los enseres para explicarle mi vida.
-Esto está estupendo, sigues sin una caries y tus encías continuan perfectas. Qué alegría que me da verte hecha una mujer.
Cuando salgo de la consulta, mientras me paseo la lengua por el dolorcillo delicioso que te dejan después de la limpieza, caigo en la cuenta de que su diagnóstico tiene un punto místico que me alucina. Podemos ponernos las máscaras que queramos pero es complicado engañar a cierta gente. Podemos creer que vamos dando el pego por el mundo pero, al final, no puedes mentir a tu dentista.
2 comentarios:
Tienes razón, el otro día me pasó eso mismo con mi frutero. Somos tan transparentes...
Sí, a veces a mí me da un poco de miedo... Pienso: "Vaya, si yo veo tan claro cómo respira y lo previsible que es fulanito, yo tb tengo que ser igual!!!"
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