Una cosa es que un sábado de depre accedamos a leer el horóscopo mientras esperamos en la peluquería de Enrique V. Una cosa es que, cuando arrecia cierto tipo de desesperación, seamos capaces -esto pasa por confesarse- de hacer el gili echándonos las cartas en un portal on line. Una cosa cosa es llamar a PiliB con el corazón encogido y decirle "Nena, ¿te traes las cartas?". Una cosa es que aceptemos una cierta dosis de magia para sobrellevar las cosas que nos cuesta entender.
Otra cosa muy distinta es llegar a creérselo todo a pie juntillas, convertirse en un lelo del sistema. Y, lo que es muchísimo más perverso, sentirse culpable y creer que somos nosotros quienes diseñamos todas las conexiones que nos hacen más o menos infelices. Que hemos provocado hasta lo que no nos merecíamos, que esto nos pasa por quejarnos demasiado, ser excesivamente críticos, por no desearlo con suficiente fuerza, blablabla... Todo, mientras nos dan sopita y, con más o menos intensidad, juegan con nuestras vidas.
Una sonrisa siempre merecerá más la pena que una lágrima pero si no eres capaz de rebelarte contra la injusticia, el abuso, la inercia o la maldad, es muy probable que tu sonrisa termine siendo más resultado del amiplín que de variables objetivas.
Es por esto que el trabajo de Barbara Ehrenreich me parece soberbio. Como se dice en mi tierra cuando nos hartamos y dejamos de tragar: ya está bueno lo bueno.
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