Durante las primeras noches, insomne, se preguntaba qué pasaría, se preguntaba cómo sería. Había tomado la decisión en un impulso. Antídoto contra el dolor, mecanismo de salvación brutal y definitivo. Luego, con los años, casi se olvidaría. Protegido bajo su nuevo estatus. Salvado de contusiones dolorosas y cambios bruscos de presión y temperatura. La sensación de seguridad era francamente indescriptible. La nueva entidad bajo su pecho alejaba los demonios de los otros. Impedía, incluso, reconocer los propios. A su alrededor los que lo sabían y los que no celebraban -siempre tan centrado, siempre tan sereno- su exquisita educación, su saber estar, su sosiego. La verdad es que ?a quién le importaba aquella noche de lágrimas en la que lo había decidido? Una de esas noches interminables que olvidamos cuando dejamos de ser niños. Una noche, un impulso, que le llevó a cambiar la vulnerable y problemática víscera bajo su pecho en un grueso y rugoso órgano de roca de apariencia invulnerable. Aprendió a no defraudarles y continuó correcto y en su sitio -siempre tan centrado, siempre tan sereno-. El estable hombre del corazón de piedra.
Sólo muchos años más tarde, cuando ya surcaban su piel profundas arrugas, un día que almorzaba rodeado de los extraños con los que había compartido su vida, se preguntaría cómo había sido. Cómo había logrado disimular lo poroso que era en realidad aquel elemento, cuán definitivas las marcas que en él se imprimían y, lo que era más importante, cómo hería estar condenado a tener el alma hecha de una de las materias más resistentes sobre la tierra.
2 comentarios:
tambien tengo visceras de piedra, pero leyéndote parece, que se van derritiendo...
gracias
Un honor entonces...
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