Desde que el social marketing se cuela en mi correo hablándome de tú, animan mi Bandeja de Entrada un buen puñado de nuevos amigos que son algo así como novios por carta. No les pongo cara, pero tengo una estimulante relación con ellos. La que más me escribe es Paloma de la Vega, de Vente Privée, a la cual, un día que ande por Madrid, tendré que invitar a una cervecita por estar tan pendiente de mi estilismo y además avisarme con tiempo para que me programe las ofertas este outlet digital responsable de algunos de los caprichos de los que me siento más orgullosa. No todas las amigas te avisan cuando hay rebajas cañeras en la tienda de moda. Normalmente, van primero ellas, y luego, te lo cuentan Nosabíaquetepodíainteresar. Mi otro amigo, en el que deposito muchas más expectativas, es el director de Marketing de American Express que, desde que diera el ok a la promoción para conmutar compras por puntos Iberia, me escribe amabilísimos mails recordándome que me merezco unas estupendas vacaciones, un descanso en un SPA o probar un buen restaurante. Qué coño, pienso siempre después de leer sus encantadoras letras recordando a la Malena de Almudena Grandes. Me lo merezco… Lástima que el chico me sugiera pero no me invite porque, me digo yo, que el responsable de mk de una cosa taaaan importante y taaaan burguesa como AM debe ser un tipo interesantísimo de conocer. Guapete, traje bien cortado, buena cultura vinícola… ¿Qué no?
Últimamente, a mi platonismo on line añado además la vanidad de que mis amigos cibernéticos, esos que me escriben con nombre y apellidos, son más chics que los que contactan con mi amiga A, constantemente bombardeada por los mails de una tal Gabriela desde que hace unos días cayera en la frívola trampa del tarot digital. Sí, está bien leído. TAROT DIGITAL. Mea culpa, Mea culpa, Mea Culpa. Yo fui la primera en caer en sus garras a los veinte añitos cuando, desde la sección de cierre del decano de las letras andaluzas, gastaba mis veladas dándole al F5 mientras se refrescaba el Millenium Editor. Nunca conseguí, y eso que le daba fuerte, llegar a tener la tecla tan pulidita como mi compi CD que, seguro, habrá conseguido eliminar la tinta del plástico convirtiéndolo en algo muy parecido al ónix. Un tótem del periodismo en red, de las sinergias redaccionales que a tantos compañeros ha puesto en la calle.
A lo que iba: mis culpas. Yo fui la primera que, intentando encontrar una respuesta existencial, una pastillita analgésica o anestésica contra el mal de amores –me había dejado mi novio por aquel entonces y lo quería peromuchomuchísimo-, me lancé de bruces al imperio de los primeros consultorios psicológicos on line, casi todos argentinos. Mientras rebuscaba en los foros gente con el corazón tan roto como el mío -recuerdo que, ante la mirada absorta de CD, me llegué a imprimir y llevar a casa el capítulo “Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana”- encontré una web de horóscopos y similares donde decían cosas muy parecidas a lo que yo quería oír. Allí, en mitad del portal de marcos –ahora ya está renovado y es más intuitivo- encontré aquella app esotérica que todavía hoy sigue manejando el mismo modelo de arcano. Tema amor, tema trabajo. Todos los desafíos existenciales de la mujer del siglo XXI en cuatro palabras. Ahora me suscitan remordimientos de género este tipo de cosas, antes ni me lo planteaba.
Los pronósticos del inconfesable programa resultaron casar tan estupendamente con mi panorama amoroso –mi novio y yo volvimos después del pronosticado periodo de “búsqueda interior”, o exterior, según se mire- que durante años -ahora, once años, DIOSMIO- he jugado a probar si continuaba en uso cuando alguno de esos dos epígrafes me traía de cabeza. En ese tiempo, mi amiga María me advirtió que no lo compartiera con nadie. Ni la debilidad incomprensible por una parida como ésa ni, por supuesto, el enlace. A ella también le funcionó de perlas y las cosas buenas “no se comparten”. ¿Véis? Como la primicia de unas rebajas. No obstante, hace unos meses decidí compartirlo con A que, la verdad, está la pobre curada de mis espantos. Desde entonces, tal vez por algún error en la elección del menú, una tal Gabriela la mensajea a diario, en ocasiones, más de dos veces, advirtiéndole que, según la última revisión de sus arcanos o según no sé qué alineamiento planetario, está en grave/considerable/relativo peligro, depende, claro, del día.
-Vaya, nena, aquí está otra vez Gabriela, la tengo preocupadísima. Está que no duerme…
Al final, reflexiono, todos necesitamos sentirnos protegidos, saber que hay alguien ahí preocupado por nosotros. Por eso A, si bien no consiguió una buena predicción, sí que ha conseguido a una persona capaz de velar por su seguridad con una regularidad digna de tener en cuenta. Hay quien se casa y tiene hijos sólo porque le dediquen un par de palabras a la semana. Al final, hay que mirar el lado positivo. Al final, Gabriela es una nueva amiga y quién sabe hasta dónde llegará la relación. Al final, como ella bien dice, tiene más amigos digitales, pero ninguno que esté tan pendiente de ella. Al final a nadie le agrada ver su Bandeja de Entrada triste y vacía como el cuarto de la plancha.
En resumen, A está la mar de contenta. Aunque yo, de todas formas, puestos a comparar… Sigo prefiriendo una cenita con el director de marketing...
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