–Sólo te digo lo que pienso.
–Pues te agradecía que fueras un poco hipócrita. Nadie dice lo que piensa, todos mentimos un poco para aguantarnos los unos a los otros.
A partir de aquel momento iniciaron un muy feliz ascenso vital por los caminos del matrimonio, la familia y el estatus social. Recorrieron el mundo en viajes veraniegos, se fotografiaron frente a los principales monumentos internacionales, cambiaron varias veces el mobiliario de su casa, nombraron a sus hijos con nombres de parientes fallecidos, se mudaron de casa y destinaron un porcentaje de sus ingresos a organizaciones no gubernamentales. Cuidaron de sí mismos durante las gripes, apendicitis y otras enfermedades, ahorraron para un buen coche, redujeron la hipoteca, les premiaron -uno primero, el otro más tarde- con un ascenso. En el ocaso de sus vidas, tan perfectas y deliciosamente neutras, pudieron comprobar los beneficios de aquel pacto. Se dieron cuenta de que sus otroras malidicentes ingenios se habían desactivado y que, verdaderamente, habían encontrado una receta cercana a la felicidad. Una que, en medidas estratégicas y sin llegar completamente a abrazarla, rozaba indecentemente la mentira.
4 comentarios:
Es como cuando Woody Allen paraba a la pareja por la calle en Annie Hall, creo recordar, y les preguntaba si eran felices y que cómo lo hacían. La respuesta era clarividente.
O sea todo es pura hipocresía?, ¿o acaso la tolerancia suple a la verdad?.
José María
Eso no es hipocresía....es pura educación.
La "sinceridad" como bienhechora social de reciente cuño sólo trae conflictos innecesarios. Propongo un gran monumento a la "mentira" como uno de los grandes pilares de toda sociedad que tenga como meta considersarse decente.
Le leo con interés Sr. Genialsiempre.
je.
jajajaja... lo de el monumento a la mentira de una sociedad decente me ha encantado!!!
mmmm... es negociable...
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