sábado, 24 de marzo de 2007

La colada

Salieron a recoger la ropa a la azotea. En el sol de la tarde, las sábanas estampadas, algo pardas por los lavados, golpeaban rítmica y caóticamente contra una de las paredes encaladas. Ella sujetó la puerta metálica con una cuerda para dejarla abierta. Él, entregado en la tarea, le ayudaba a doblar la colada. El niño corría tras una pelota que apenas botaba y jugaba a esconderse en el paisaje de sábanas ajenas, perfumadas, resecas y frías, infiltradas de olor a fresco.
-No te metas por ahí… vas a ensuciar la ropa de los vecinos.
Como si nada hubiera salido de la boca de su madre, el pequeño siguió enredándose entre los gajos de tela, probando a cerrar los ojos, abriendo mucho los brazos.
Antes de recoger la última sábana, el hombre dejó caer la cabeza sobre el algodón relavado. Notó que la nariz se le llenaba de algo que, seguro, debía ser muy parecido al cielo. Al fondo, podía escuchar el murmullo cálido de la voz femenina. Le preguntaba algo protocolario. Un “Qué bien que me ayudas”, “Cuánto hacía que no te veía”, “¿Qué tal llevas lo del divorcio?”. Quizás, no acertaba a adivinarlo.
Durante segundos, sintió confundirse el espacio y el tiempo como si estuviera profundamente dormido. Vio a la mujer, confundida entre las sábanas, el pequeño agarrándose a su pierna. Se dejó acariciar por el viento. El roce de una mano en la espalda lo rescató del ensueño, casi mareado.
-¿Qué? Te has quedado como un niño chico…
Él sonrío y miró a la mujer a los ojos, adivinó dónde empezaban a dibujarse las marcas de expresión en el ceño, detectó en el gesto las de las sonrisas.
El pequeño les alcanzó corriendo. Debían haber pasado algunos minutos. Sudado y con parches rojos en las mejillas, había bajado y subido las escaleras a toda prisa.
-Mamá, mamá… ¿Qué es un disgusto?
La mujer y el hombre se miraron. Él sonrió con media cara dejando caer los párpados, ella los abrió mucho y permaneció con la boca entreabierta. Más rápido ante el estímulo, el hombre le agarró las toallas en un brazo y utilizó el otro para tomarla suavemente de la cintura.
-No es nada, cosa de mayores- le respondió buscando los ojos de ella al pronunciar la última palabra.
-Ah…- el niño los observó unos segundos, resopló aburrido y continuó corriendo. Aún podía jugar otro rato antes de que se hiciera de noche.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado, si al final resulta que eres fotografa y todo!! (jajaja), escuchas algo te llama la atención lo apuntas y sabes que de ahí puedes sacar algo, para mi es como mirar y de pronto quedarte en pausa observar y dar una vuelta a la escena y despues clic´k o no clic´k porque disparar no es lo importante si no ver, bueno quiero decir que disparar es importante pero primordial es ver, sin luz nos quedamos a ciegas y el que hayas cogido una frase y escrito una pequeña historia me parece que hay mucha luz en ti! un besito y perdona estaba currando!

El Oliva dijo...

Que tal Fátima, llego a tu blog, desde el de Chapu. La foto es fantástica, la vista es muy similar, a la que tenía la azotea de la casa de mis abuelos (c/ columela). La descripción del olor a las sabanas recién limpias, de chico me encantaba corretear entre ellas. Has conseguido, que me coma una “ magdalena”.

Saludos