La más infalible echadora de cartas le había predicho que tendría el pelo rubio.
Creció buscándola entre todas las cabezas, escudriñando obsesivo el paisaje de mujeres claras, casi albinas, a su alrededor. Viajando, una o dos veces al año, allí donde las mujeres tenían pestañas transparentes. Un día de marzo, con un pellizco en las entrañas, le pidió a ella -tan morena, tan largas y negras sus pestañas- que hiciera un esfuerzo por entenderle. Era absurdo luchar contra su destino: no habían nacido para estar juntos.
Al final de su vida, cuando empezaba a dejarse morir, se dio cuenta, entre la frustración y la vergüenza, de que podía haberle pedido que se tiñera.
Al final de su vida, cuando empezaba a dejarse morir, se dio cuenta, entre la frustración y la vergüenza, de que podía haberle pedido que se tiñera.
3 comentarios:
SYMPATHIQUE!!!
Pues vaya genio!!!
uy uy uy... si yo te contara... los hay peores y con peores consecuencias...
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