"Hay muchas cosas que no puedo decir a nadie, casi todas se refieren a las matemáticas". Carlos Edmundo de Ory
jueves, 30 de junio de 2011
martes, 28 de junio de 2011
Amor condicional
Le quería con locura. En los momentos de sosiego, entre brote y brote, sentía más bien un apego desafecto muy parecido a la costumbre.
viernes, 24 de junio de 2011
Ritos de agua tibia
Lee Miller, 1930 |
Le cuento a F que a veces sólo me encuentro bien, realmente bien, sumergida en agua. En ese agua tibia a la misma temperatura de las lágrimas. La puerta abierta para que salga el vapor. Espuma o no, jabón o no, aceite o no. Las piernas flotando levemente. A veces hay un libro, a veces un portátil del que sale música, o la cara de Tony Soprano. O una voz al otro lado del teléfono. O el silencio. A veces estoy sola, a veces no lo estoy. F levanta los ojos para preguntarme por qué.
No me he dado cuenta pero, de alguna manera, me ha tomado de la mano y, así, sin moverme de la silla negra donde estoy sentada, me lleva a un espacio alicatado en blanco, con azulejos sólo hasta media altura. Hay colgados cuadros de madera. Mi madre está sentada en el borde de la bañera inclinándose sobre el agua. Intenta hacer espuma agitando fuertemente las manos. Un baño de espuma es una cosa muy femenina, tiene mucha clase, es lo que hacen las actrices y las reinas antes de ir a las grandes fiestas, me cuenta impostando la voz. Se dan un baño para estar más guapas. Yo soy una niña que juega a sentirse una princesa.
Nuestras tuberías nunca tuvieron demasiada presión así que es difícil sacar esas minúsculas pompas que luego pueden soplarse como si fueran pequeñas flores aladas. Mi madre agita las manos con brío. Usa un gel que ni está perfumado ni fue diseñado para los baños de belleza, un gel tamaño familiar que, de la mano de este ritual de domingo por la mañana, se transforma en algo muy distinto. Me meto en el agua y me quedo sola, aunque a veces la llamo porque, de estar tanto tiempo, me aburro. Entonces se sienta sobre la tapa del váter y se enciende un cigarrillo. A ver, ¿qué quieeeeeeeeeeres?, me pregunta exagerando su tono de fastidio. Cuando salgo del baño siempre se adelanta: No quites el tapón. Entonces se mete ella porque, por alguna misteriosa razón cívica, se sentiría culpable de llenar la bañera de nuevo y porque, por una cuestionable lógica materna, el agua del baño de una niña nunca está sucia. Los papeles se invierten y ahora soy yo la que está sentada sobre la tapa del váter contando dios sabe qué cosas. A veces me salgo fuera y, cuando vuelvo, ella tiene los ojos cerrados y permanece muy quieta. Se ha encendido otro cigarro.
F ha tirado, sabiéndolo, de uno de esos lazos invisibles que nos unen a las cosas y a las personas, ha hecho una pregunta al aire que, sin darme cuenta, ha dejado abierta una puerta. Los recuerdos se cuelan por ella, por esa rendija, mientras escribo. Los detalles van llegando invitados. Se mezclan días y olores, nuevos geles y aceites. Una sensación de presión física en el centro del pecho. Las fotos desenfocadas de la bañera de un piso de Granada. Inmersiones breves a primera hora de la mañana, antes de enfrentarse al miedo. Bañeras donde sumergir cicatrices. Baños que lavan la culpa, que te acogen agotada al final del día, que aligeran el peso y curan las heridas. Los azulejos negros de una bañera estremecida en un hotel de Milán. Baños con pastillas efervescentes, baños que huelen a rosas, a miel, a cerezas, baños que queman o que se han quedado fríos. Una bañera en la que se centra estratégicamente el grifo. Es para que ninguno de los dos nos lo clavemos en el cuello. Un baño pensado para ser compartido. Baños breves y largos, que siempre acaban con el corazón en calma, unos segundos en los que todo parece perfecto. Dónde iría yo si no tuviera eso, me pregunto.
Un baño es una cosa muy femenina, es lo que hacen las reinas para estar guapas antes de ir a una gran fiesta. Al salir, si hay tiempo, incluso puedo tirarme un rato sobre la cama, disfrutar del tacto cálido de la piel desnuda rozando la toalla. Los dedos siempre arrugados. Ahora mi albornoz -esa prenda que también tiene algo de mágica- ya no es rosa, del color de las princesas, sino blanco, del color de las cosas limpias. Y ya no me queda largo. Es una pieza más del rito acuático porque, si las princesas se bañan para estar más guapas, las plebeyas lo hacemos por otras razones y yo, lo he descubierto hace muy poco, lo hago para sentirme a salvo.
F ha tirado, sabiéndolo, de uno de esos lazos invisibles que nos unen a las cosas y a las personas, ha hecho una pregunta al aire que, sin darme cuenta, ha dejado abierta una puerta. Los recuerdos se cuelan por ella, por esa rendija, mientras escribo. Los detalles van llegando invitados. Se mezclan días y olores, nuevos geles y aceites. Una sensación de presión física en el centro del pecho. Las fotos desenfocadas de la bañera de un piso de Granada. Inmersiones breves a primera hora de la mañana, antes de enfrentarse al miedo. Bañeras donde sumergir cicatrices. Baños que lavan la culpa, que te acogen agotada al final del día, que aligeran el peso y curan las heridas. Los azulejos negros de una bañera estremecida en un hotel de Milán. Baños con pastillas efervescentes, baños que huelen a rosas, a miel, a cerezas, baños que queman o que se han quedado fríos. Una bañera en la que se centra estratégicamente el grifo. Es para que ninguno de los dos nos lo clavemos en el cuello. Un baño pensado para ser compartido. Baños breves y largos, que siempre acaban con el corazón en calma, unos segundos en los que todo parece perfecto. Dónde iría yo si no tuviera eso, me pregunto.
Un baño es una cosa muy femenina, es lo que hacen las reinas para estar guapas antes de ir a una gran fiesta. Al salir, si hay tiempo, incluso puedo tirarme un rato sobre la cama, disfrutar del tacto cálido de la piel desnuda rozando la toalla. Los dedos siempre arrugados. Ahora mi albornoz -esa prenda que también tiene algo de mágica- ya no es rosa, del color de las princesas, sino blanco, del color de las cosas limpias. Y ya no me queda largo. Es una pieza más del rito acuático porque, si las princesas se bañan para estar más guapas, las plebeyas lo hacemos por otras razones y yo, lo he descubierto hace muy poco, lo hago para sentirme a salvo.
miércoles, 22 de junio de 2011
Realismo químico
-Tia, en realidad, qué pena. Podría ser un tío súper sexy.
-Claro... Si fuera otro.
(Efectos del Escitalopram en la amiga neuras que debería seguir el rollo en este tipo de charlas femeninas sobre cosas que no van a ningún sitio)
-Claro... Si fuera otro.
(Efectos del Escitalopram en la amiga neuras que debería seguir el rollo en este tipo de charlas femeninas sobre cosas que no van a ningún sitio)
Final feliz
Aunque posaron sonrientes para la portada del cuento, narran las crónicas que el príncipe y La Sirenita nunca alcanzaron una sana vida marital.
Antes del choque romántico que reunió sus destinos en aquella regata, ella siempre se había definido abiertamente anarcosindicalista y él, lo confesaría sólo a los íntimos, jamás consiguió zafarse de la repulsión que le daba ese olorcillo a pescado pasado que exhalaba ella, último resquicio túnido que ninguna hechicera había conseguido quitarle.
Antes del choque romántico que reunió sus destinos en aquella regata, ella siempre se había definido abiertamente anarcosindicalista y él, lo confesaría sólo a los íntimos, jamás consiguió zafarse de la repulsión que le daba ese olorcillo a pescado pasado que exhalaba ella, último resquicio túnido que ninguna hechicera había conseguido quitarle.
Frases célebres
Víctor: "A las mujeres os han dado una coba similar a la del euro, o incluso mayor".
viernes, 17 de junio de 2011
miércoles, 15 de junio de 2011
Sopas en las que adivinar
En Historia de lo nuestro -una maravillosa película que mi amigo Kiko y yo coincidíamos en situar como uno de los mejores retratos de las relaciones largas de pareja- Bruce Willis escudriñaba las sopas de letras que su exmujer, una lozana Michelle Pfeiffer, publicaba en prensa para sondear así sus sentimientos. “Con cinco letras. Sentimiento de apatía. Depre. ¿No lo ves? Me está mandando mensajes”, repetía en plan machaca a su amigo gordo y calvo. Aunque ya por entonces no tenía demasiado claro cómo podían tener el trenazo de vida que tenían siendo él lo que era – por cierto ¿él qué era?- y viviendo ella de los pasatiempos -que seguramente por entonces ya hacía un programa de ordenador-, siempre me acuerdo de ellos cuando asisto a un episodio detectivesco emocional. Antes, en la época en la que si no contestaba al fijo había que esperar a verle en clase al día siguiente; antes, cuando había menos ansiedad porque había más paciencia y las cartas del rollete en USA tardaban 15 días en llegar, uno se limitaba a llamar a la amiga enterada como quién consulta un oráculo. ¿Sabes si está diciendo por ahí algo de mí? ¿Pero tú qué crees que piensa? Entonces, en manos de la buena o mala leche de La Celestina que te tocara, tú movías tu corazón y tus fichas como buenamente podías porque, para qué engañarnos, hay grandes historias de amor forjadas al abrigo de un amigo buenazo con ganas de arreglar las cosas y grandes fiascos sentimentales modelados desde el destello verde de la envidia del tercer elemento.
Ahora, con esto de nuestra reputación digital, no sólo estamos más expuestos sino que las cuitas de amor se complican con invisibles ecuaciones sentimentales que hay que recoger –como semillas perdidas- por el catálogo de redes sociales. “El otro día en el Tuenti, vi que tenía colgada una canción de Julieta Venegas que hablaba de decir adiós. Yo creo que en el fondo sabe que esto ha terminado”. Miras a tu amigo treintañero –treintañero largo- y, antes de preocuparte por la semántica de la letra, por la poética con la que le ha dado permiso a esta mejicana para finiquitar sin mojarse el futuro de su relación, le escupes: “¿Cómo que tienes un Tuenti so pureta?”. Las redes han multiplicado nuestras comunicaciones pero no tengo demasiado claro que hayan favorecido a la calidad de nuestra Comunicación. La mayúscula es intencionada. Las redes nos han permitido tener trescientos amigos pero ninguno que verdaderamente sepa qué sentimos. Nos han dejado tener 300 conocidos entre los que escondernos. En las redes somos más guapos –“Pues parecía mucho más delgado en su foto de perfil”-, somos más simpáticos, somos más chispeantes. En las redes dejamos o no semillas que queremos que otros recojan. O no, porque las semillas quedan en el suelo, aunque nadie vaya a por ellas.
Las redes nos permiten dar un paseo por las vidas que un día fueron nuestras e intuir por dónde respiran, sacar conclusiones, postergar ese momento del cara a cara en el que enfrentar las cosas. “A zutanito y a menganito les ha pasado algo porque han borrado su estado del FB y además él ha cambiado su foto de perfil por un torso atlético desde el que te cuelga canciones adrenalíticas y fotos de borracheras”. Te narra una amiga que, como observadora virtual –nunca mejor dicho- no puede sino obviar las imágenes reales. Las escenas no escritas, que no dejan huella digital pero sí moratones en el pecho. Las de ese zutanito matándose en el gimnasio haciendo de su capa un sayo para parecer indemne al rechazo y al desaliento, las de ese menganito que ya no se atreve a pedir perdón porque, “al otro se le ve tan bien desde que está solo que está claro que no me echa de menos”.
Al final, en las redes estamos pero no estamos, nos mojamos pero no nos mojamos, nos comunicamos pero no. Siempre protegidos por un interfaz que nos permite parecer estupendos, felices, sin miedo, sin rencor. Que permite sacar conclusiones peregrinas, que permite dejar un vasto campo abierto a la interpretación. Al final, como esos japoneses frikis que viven en sus cuartos, son una excusa más para no encarar los ojos del otro, las responsabilidades o los rechazos, porque, mientras adivinamos, mientras sondeamos en la inmensa sopa de letras, todo es posible. No hay que hacer examen de conciencia, ni tomar decisiones, ni pedir perdón. No hay que quedar para tomar ese café revuelto que, y ese es el miedo que lo explica todo, puede tener un sabor muy parecido al dolor.
domingo, 12 de junio de 2011
En la media distancia
Maika Makovski. JM Grimaldi |
martes, 7 de junio de 2011
Frases célebres
Anabel: "Menos psicología y menos libros de autoayuda. Ve a la biblioteca y sácate tres libros de Mariam Keyes, de Rosamunde Pilcher o de Henning Mankell. Lee ficción, mucha ficción, abandona un ratito la realidad".
lunes, 6 de junio de 2011
viernes, 3 de junio de 2011
Cierto desorden
Chico llama a chica antes ir a visitarla.
-¿Tienes cerveza en casa?
-Mmmm… No, tráete una.
Chico, que muy educadamente se ha presentado con dos litros de cerveza, vuelve al salón tras dejar una de las botellas en la cocina:
-Oye, ¿cuánto llevas sin abrir tu nevera?
-¿Qué?
-¿Que cuánto llevas sin abrir tu nevera?
-Mmm… No sé, un par de días.
-Tienes cuatro cervezas. Cuatro. Litros. En realidad, es que SÓLO tienes cerveza.
-Glups…
Chico mira a chica fijamente hasta que ella dice:
-Ok, vale, lo confieso, no la abro desde el sábado.
[y era jueves]
Otras perspectivas
Afortunadamente, por las noches, muy profundo, puedo probarme las zapatillas de ballet...
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