martes, 17 de febrero de 2009

La despedida

Ella: ¿No sientes pena porque me vaya?
Él: Mujer, si sólo son unos días...

Ella sonrió con un mohín y le abrazó mientras exhalaba un suspiro. Solía, desde niña, dejarse invadir por inexplicables accesos de melancolía. Levantó la mano para mostrar la tarjeta de embarque y enfiló el camino hacia el control de equipajes. Antes de que se perdiera entre el resto de pasajeros, él sufrió un calambre casi imperceptible. Sintió de repente, como un latido, que una fibra dolorosa, transparente y líquida, se quebraba con la despedida. Sintió el escalofrío húmedo de un cierto vacío, la carne agotada por los adioses, el abismo de las promesas y las decepciones, los segundos eternos, un batir oscuro a las puertas del deseo. Se sintió débil, herido, dividido. Confuso, prefirió pensar que era sólo un espejismo, una cesión a la nostalgia. No se dejó ceder ni un segundo, se dio la vuelta y apretó el paso. Ella, detenida, esperaba el gesto, la respuesta, la desidia. Le reconoció indolente, se reconoció vacía. Pensó entonces, como un relámpago, que había llegado la hora, el tiempo de sentir y ser sentida. Aquella despedida, lo tuvo claro, iba a ser la última.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué lastimita cuando sientes que no sienten lo mismo que tú sientes..

Besines.