Se ha sentado a mi lado después de la tarde de luto, del viaje tenso en autobús, de la incómoda espera mientras hablaba el cura. Se ha sentado a mi lado de casualidad y a mí me temblaban las piernas. Este mundo de algodones no nos prepara para ciertas dosis de dolor, negro y frío, que no se quita con sueño ni aspirinas. Ha clavado en mí sus azulísimas pupilas y esbozado una sonrisa: "Fue un capricho, un puro gusto. Un día le dije a su padre, ay... qué ganas tengo de volver a oler a Nenuco..."
Emilio tiene para mí una voz, una sonrisa pícara y un sabor a desayuno y cigarro en el cuarto del ordenador. Tiene cientos de fotos, un montón de músicas. Tiene Tarifa, miradas cómplices, un consejo a tiempo y un amor inmenso por una pelirroja flaca de mirada tímida. Desde esta tarde también tiene un olor, pequeño y delicioso, que no puede apreciarse en el bote, sino en la piel nueva, rosa y dulzona de un bebé querido.
Me la ha regalado su madre. Una metáfora perfecta, pequeña, bonita, capaz de quebrar el velo sucio de la tarde de misa.
Un capricho.
Un amor.
Un buen tipo.
"Un tipo perfecto", como decimos las niñas.
Hoy soy apenas una más, entre todos los que le echan de menos.
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