"Cariño, no llores, sabes que lo hacemos por tu bien", sollozó la madre mientras salía del cuarto. Llevaba en la mano un puñado de años de protección, una manta aún cálida y un sanguinolento trozo de tripa. El pediatra les había indicado, ya seriamente, que a los 35 años ya era hora de que le cortaran el cordón.
2 comentarios:
Real, como la vida misma
buffffffffffffffffffffffff
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