Poner el nombre de uno en un proyecto tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, sus cosas raras, sus cosas deliciosas. Comprometerse con algo implica cierta dosis de energía que a veces uno no es consciente de andar repartiendo hasta que le falta. Tal vez por eso, hoy, después de semanas alejada de este diario, de mi galaxia de pensamientos más o menos ordenados, me regaño un poco por haber dejado que la pila se me agotara tanto.
Con la batería medianamente enchufada -después de dolores recurrentes de cuello y extirpaciones de aliens malignos pero feísimos- esta noche vuelvo a las andadas y compruebo con cierto error que el texto predictivo del Firefox ya no teclea solo las letras de este blog. Acepto la riña.
No sé si algún día viviré con naturalidad esa resaca extraña de sentir que una se ha quedado acodada en algún lugar cómodo, donde dolía menos y hacía menos frío. Afortunadamente, J ha instalado en este tiempo unos maravillosos calefactores eléctricos y ahora en casa -un homenaje por favor a mis maravillosas ventanas de climalit- se está la mar de calentita. Con la temperatura a punto uno tiene la capacidad de dejar que le abran los ojos las cosas bonitas que le pasan de repente, sin esperarlo. Aunque miro con cierta nostalgia los cientos de detalles minúsculos que me han cuidado estos días, que han cargado mi batería y que se perderán en el silencio, hoy por fin me detengo para celebrar uno.
Es por la tarde. Intercambiamos palabras ajenas en una de mis adoradas cafeterías de señoras viejas -me encantan los cafés en los que sólo huele a leche, cafetera y bollería-. Maite trae un montón de libros preñados de palabras que yo apenas balbuceo. You learn quicky! Después de casi treinta y un años de conocernos, el destino nos reencuentra. No solemos hablar del pasado, no demasiado. "¿Estás preparada?", suelta ella mientras saca de su bolso un sobre, antes de que pidamos la cuenta. Del papel arrugado salen varias imágenes de otra vida que también es nuestra. Acierto a ver el valor que tienen más tarde cuando las encuentro en mi propio bolso y me hacen sonreír en una sala de espera. Carlos dice que hay que agradecer que alguien nos devuelva los trozos de cuando éramos niños, dice que "es que nos queda, en este mundo de mierda". Supongo que un poco de razón tiene así que aquí están mis gracias. Hoy lo mejor del día ha sido volver a encontrarme con ellas.
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