-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
Pronunció la frase como una bocanada compacta. Los ojos fijos y la barbilla alta. Él la observó pacientemente durante unos segundos que parecieron horas. Percibió el brillante flequillo mecido por el aire de la ventana, las pecas sobre la nariz y los restos de carmín que sobrevivían al incómodo almuerzo preñado de explicaciones y palabras. Se deslizó un instante por la frente en la que empezaban a marcarse las primeras arrugas y se maldijo por haber elegido la puerta, la carta, la opción equivocada. Observó sus pupilas quietas, el gesto suave, el segundo en el que rictus de ella se tornaba en una deliciosa sonrisa confiada. La abrazó y en ese exacto momento notó que la espalda de ella se destensaba. Un pequeño descuido fisiológico, una respuesta instintiva, un imperceptible gesto que le dejaba indefenso, frente a frente con la mentira.
1 comentario:
No hay mejor respuesta que la fisiológica, esa nunca engaña.
José María
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