Supongo que una fagocita demasiado pienso sentimental como para que a ciertas alturas de la película -esas alturas en las que salen las primeras líneas de expresión, empiezas a descreer que las cosas mejoren y todo el mundo comienza a hacer bromas con las fórmulas de cocción del arroz- sea capaz de pensar por su cuenta. Si todos los finales felices terminan con un beso en el Empire State y una casa con perro y niños, no es raro que a una le cuesta trabajo adaptar tales categorías cinematográficas a su prosaica vida de superviviente. Una cree que, al final, "las cosas se arreglarán", "los malos la cascarán", "el chico guapo se quedará con la fea simpática", y "alguien encontrarás que te dé lo que tú necesitas". Alguien que dibuje y coloree esa vida idílica de casa adosada, trabajo maravillosamente pagado, cuenta en la boutique pija y encantadores bebés que, en tus brumas mentales, no se hacen caca ni pipí.
La basura cultural de este mundo adorador de ídolos -a la tele me remito- termina por establecer perversas categorías mentales que, como si de vallas para el ganado se tratara, conducen tus acciones y tu pensamiento hacia ese happy end que alguien te ha escrito en sangre que mereces tener. O mejor, dicho, que alguien ha escrito en sangre que es la única forma de happy end.
Así las cosas, una puede tener un trabajo estimulante, una vida rica en actos sociales, una librería interesantísima, un instinto maternal propio de loba romana, una conexión wifi y un armario envidiable y echar de menos "la protección" de un señor X que imaginamos capaz de cubrir todos nuestros vacíos. Aunque ya los tengamos cubiertos.
"Oh... desgracia. Oh... incomprensión. Todo el mundo ve que mi vida es fantástica pero a mí... me falta algo". Me falta que algo cuaje con ese maromo al que jamás hubiera echado la mano encima de haber tenido 15 años menos pero que hoy -por el mágico efecto de nuestra hipoteca ancestral- resulta más guapo, más limpio, más suave, mejor. "¿Cómo puede estar con aquel tío?", se preguntan algunos cuando ven salir de la Iglesia a la extraña pareja formada por la jueza cultureta y el comercial de piensos fanático del F. C. Deportivo Pan con Migotes. Los más románticos miran al vacío y sueñan con la utopía anarca de la no cultura: "hay algo más allá que nos conecta como seres vivos..."
Ja... piensa una cuando sabe que el intimo mundo interior de cada uno no tiene puertas de conexión. Cuando sabe que no se trata de aficiones distintas, sino de distintas formas de mirar el mundo, distintas aspiraciones, admiraciones y hasta ritmos sexuales, distintas razones que te hacen latir el corazón... Distintos mundos que se vuelven uno cuando se cuenta, por fin, con un pedazo de carne que convertir en nuestro happy end, que convertir en padre, compañero de cenas y razón para sentir, muchas décadas de lucha de género en la cuneta, que por fin eres una mujer completa.
Completa aunque te estremezcas más hablando por teléfono con tu mejor amigo que cruzando en crucero el mundo con él, completa aunque tu lista de amantes se alargue hasta el infinito, completa aunque sientas cierta vergüenza de su afición a las camisetas sintéticas del equipo local. Aunque te sientas incomprendida, vacía, estafada por esta peli en la que -caray- no ganan los buenos ni tampoco devuelven la entrada.
Completa aunque a los cincuenta descubras que tal vez hubieras estado mucho mejor sola.
Herencia ancestral, estructuras de género. Basura cultural para hacernos más vulnerables, más dependientes, en definitiva, más pequeñas.
2 comentarios:
Y la estupidez y la educación -creación de un rebaño manejable- para complementar lo que dices. Por eso me gustará tanto el cine, porque, de seguro, se perfectamente que aquí -en el mundo real- ganan los malos y el final -feliz o no- está en la tumba de cada cual. El problema es cuando esa realidad ficticia es asimilada por ese rebaño como meta. Curiosa y escalofriante incapacidad disociativa la que nos implantan.
Que no te enteras!!!
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