freddie -con minúsculas- se quita la peluca |
Ir a un concierto tributo
es una cosa muy loca. Máxime si tu afición al grupo es relativa, si no has
bebido suficientes cervezas previas o, como consecuencia de lo anterior, caes
en la cuenta de que no te sabes las letras. Ir a un concierto tributo supone rendir
homenaje al sucedáneo y hacer la vista gorda cuando el simulacro no alcanza a
dar sentido y razón al espectáculo. Tiene un punto de concierto sí, pero, sobre
todo, de coreografía y de teatro posible: de cómo bailaría él, de cuántos
selfies te harías si fuera él, de cómo hubiera sido todo si en lugar de nacer en
los ochenta hubieras llegado un poco antes, a tiempo de inaugurar el fenómeno
fan o pasar por encima de la heroína y el VIH. Grandes bichas del
talento en el pasado siglo.
En un concierto tributo la
gente espera ver a su ídolo haciendo los mismitos gestos que el DVD edición
25º aniversario. Aspira a alcanzar ese momento mágico en el que creerse que
todo es cierto. Un momento de karma, varias cervezas mediante, capaz de superar
la malaje de quien lo que es cantar... canta bien, pero la dramaturgia no la domina tanto.
Se espera del imitador que repita los pasos precisos y del técnico de luces que
sepa perfectamente a qué atenerse: "Esta es la iluminación exacta que
usaron en el concierto del ochenta y dos", oyes exclamar con entusiasmo a
unos centímetros de distancia con ese oído licántropo de quién no lleva
suficientes copas. “Se ha puesto la chaqueta, mira, mira, lleva la chaqueta
amarilla”. De repente, estar ahí, en ese despertar de los muertos al que llegas
rebotada, se te revela algo patético. El fenómeno fan descolorido, el sudor
intergeneracional, la invasión de camisetas frikis y el saber que son treinta
euros por tomar un enorme nespresso de música -que sabe a café, pero que no lo
es- te dan un poco de pena.
Sacas entonces tu curso de psicología del CCC para reflexionar sobre esos tipos de la guitarra que eligieron vivir de
triunfos que no son suyos. -¡Qué desperdicio!, piensas, Siempre me ha dado tanta envidia
la gente que sabe tocar la guitarra... - Para entonces me ha hecho efecto la
pastilla de matrix y todo me parece impostado, como ciertas proclamas que me
dan vergüenza ajena, como la gente que ve a su madre en una bandera o piensa
que un partido de fútbol les va a cambiar el mundo. Sobria, despegada y algo
aburrida contemplo con cierto resentimiento a una pareja que se esfuerza por
grabar con el móvil el sainete de pop rock que anima a la muchedumbre
emocionada. Mi juicio repipi está a punto de alcanzar una toxicidad peligrosa
cuando bostezo.
Los aplausos preconizan el
final de fiesta y freddie que no es Freddie –llamémosle freddie con minúsculas-
muestra su corona de reina ante los alaridos del público que tributa. Entonces
es cuando surgen los acordes de mi canción favorita y las tres neuronas débiles
que me quedan despiertas me preguntan si no soy yo la equivocada, la que se
pierde algo y desperdicia la entrada. Como las
hadas de Disney, las tres neuronas me agarran por la chaqueta y me
abofetean a tiempo. Vuelan pajaritos de colores alrededor de mi cabeza. Empiezo a apreciar el timbre de voz -si cierro los ojos es
como si fuera de veras-. Ya estoy moviendo el esqueleto cual posesa y
reclamando el tercer bis. Soy una friki más cuando pillo las manos de mis
amigos y les animo a corear que somos the champions echando a un lado esa mala conciencia que me da todo lo que me suena a la UEFA.
Cuando la luz se enciende
me alegro de haber tributado algo –algo que no sea impuestos, Seguridad Social o IVA, quiero decir- y
procuro no avasallar ojiplática a los que compran la camiseta con esa mirada mía,
sabihonda, llena de honda condescendencia.
Definitivamente, dejarse llevar por la euforia colectiva es un gustazo, me voy diciendo cual señorita pepis porque una no puede renunciar así sin más a su pedantería. Quizás debería ser un poco menos inflexible y buscarme algún grupúsculo afín en el que corear proclamas. Viviría mucho más feliz, canalizaría mi energía y además me sentiría la mar de acompañada.
Esa noche pienso que voy a poner las canciones en el spotify por si me sale otro tributo de estos. Definitivamente, si te medicas con la pastilla chunga de matrix, me digo, al menos, que la música de vez en cuando me haga olvidarla. Entonces me detengo en seco. ¿No sería que ya llevaba tres o cuatro cervezas para bajarla?
Y, por si había dudas... Eh, voilà, mi favorita :D
Definitivamente, dejarse llevar por la euforia colectiva es un gustazo, me voy diciendo cual señorita pepis porque una no puede renunciar así sin más a su pedantería. Quizás debería ser un poco menos inflexible y buscarme algún grupúsculo afín en el que corear proclamas. Viviría mucho más feliz, canalizaría mi energía y además me sentiría la mar de acompañada.
Esa noche pienso que voy a poner las canciones en el spotify por si me sale otro tributo de estos. Definitivamente, si te medicas con la pastilla chunga de matrix, me digo, al menos, que la música de vez en cuando me haga olvidarla. Entonces me detengo en seco. ¿No sería que ya llevaba tres o cuatro cervezas para bajarla?
Y, por si había dudas... Eh, voilà, mi favorita :D