Horas de carretera y mapas. Horas de escenarios, pruebas de sonido, backstages. Ciudades encantadas y endemoniadas. Cientos de caras. Sudor, guitarras, rostros que se cruzan. Ojos cómplices que hoy lo son todo y mañana, nada. Cientos de caras. Dieciséis años de directo curten la voz y la espalda, arañan las fundas de las guitarras y también endurecen irremediablemente la mirada. Una mirada más aguda, más libre, con más rabia y menos ganas de conformarse. El grupo se ha hecho mayor. Ha ganado experiencia y perdido candidez, ha ganado horas de furgoneta y escenarios, ha ganado fans, arrancados uno a uno a golpe de directo. Su nuevo trabajo, “Montaña rusa”, habla de una vida de vértigo, de verdades y mentiras descubiertas al filo de los treinta y tantos. Habla del vacío, del sinsentido, de las trampas. Sean Frutos, voz tras los reveladores temas del grupo, nos da algunas claves del presente de una banda que intenta encajar su dulce momento profesional con su propia maduración interna. Todo en mitad de un entorno que se escribe con una palabra: desconcierto. Sigue leyendo en MondoSonoro
"Hay muchas cosas que no puedo decir a nadie, casi todas se refieren a las matemáticas". Carlos Edmundo de Ory
viernes, 18 de octubre de 2013
jueves, 17 de octubre de 2013
Los amantes y la alquimia
Los amantes no existían. Eran sangre, agua, piel, huesos. Grupos de células unidos por la misma electricidad que mueve los elementos. Eran además muchas cosas buenas, un ensamblaje de historias, viajes y encuentros, callejuelas de ciudad al sol y caricias de madre buena. Eran alumno, hermano, amigo, hombre que templa e ilumina, hombre que danza con la belleza.
Los amantes aún no existían. Los habitaban entonces seres brillantes, despiertos y completos. Seres que sorteaban ciudades y personas, caminando sin saber que todo puede cambiar con el azar de un encuentro. Desconocían que hay mañanas de olor a lavanda y destinos que nos esperan al lado del mar. Qué hay mañanas como puntos y aparte. Como mapas nuevos. Hojas en blanco para escribir palabras recién nacidas, palabras que nadie ha dicho nunca. Son mañanas que amanecen anónimas y y se tiñen con el color de un nombre, que detienen el tiempo y acortan el espacio. Mañanas que rompen la reglas de siempre y las transforman en otras distintas, fáciles a veces, otras veces, complejas.
Los amantes supieron entonces que acababan de empezar a ser. Que habían sido muchas cosas pero que estaban ante algo muy distinto. Vieron que les había faltado la mitad cómplice, la fuerza, la verdad y la caricia. La pieza única. El ingrediente y el calor que consiguen la emulsión perfecta. Sangre, agua, piel y huesos transformados, a golpe del alquimia, en una materia diferente, perfecta e imperfecta. Pasión, piel, latido, sueño. Alquimia que es capaz de teñir de magia, de magia de olor a lavanda, cada propósito doméstico, cada segundo de convivencia.
Los amantes son ya mezcla compleja, son mano sobre mano. Son ritmo de latidos y corazón abierto. Una mañana que quiere ser eterna.
Dos cómplices valientes en un mundo imperfecto.
Los amantes son ya suma de historias, de raíces que entroncan con la tierra, con el pasado de unos y otros, con la memoria y los cajones llenos de fotos viejas. Son, además, savia nueva. Hojas que miran al sol, nacimientos, creaciones, mañanas arrancadas al tedio, confianza, fuerza.
Los amantes ya se besan los labios y las cicatrices. Ya mezclan dolor y delicia, perdón, pasión, entrega. Las claves complejas de ser dos y ser uno, de formar una pareja.
Los amantes ya suman sueños e inventan palabras nuevas. Una a una van escribiendo su historia, que es la suya y, también, es la nuestra.
Los amantes aún no existían. Los habitaban entonces seres brillantes, despiertos y completos. Seres que sorteaban ciudades y personas, caminando sin saber que todo puede cambiar con el azar de un encuentro. Desconocían que hay mañanas de olor a lavanda y destinos que nos esperan al lado del mar. Qué hay mañanas como puntos y aparte. Como mapas nuevos. Hojas en blanco para escribir palabras recién nacidas, palabras que nadie ha dicho nunca. Son mañanas que amanecen anónimas y y se tiñen con el color de un nombre, que detienen el tiempo y acortan el espacio. Mañanas que rompen la reglas de siempre y las transforman en otras distintas, fáciles a veces, otras veces, complejas.
Los amantes supieron entonces que acababan de empezar a ser. Que habían sido muchas cosas pero que estaban ante algo muy distinto. Vieron que les había faltado la mitad cómplice, la fuerza, la verdad y la caricia. La pieza única. El ingrediente y el calor que consiguen la emulsión perfecta. Sangre, agua, piel y huesos transformados, a golpe del alquimia, en una materia diferente, perfecta e imperfecta. Pasión, piel, latido, sueño. Alquimia que es capaz de teñir de magia, de magia de olor a lavanda, cada propósito doméstico, cada segundo de convivencia.
Los amantes son ya mezcla compleja, son mano sobre mano. Son ritmo de latidos y corazón abierto. Una mañana que quiere ser eterna.
Dos cómplices valientes en un mundo imperfecto.
Los amantes son ya suma de historias, de raíces que entroncan con la tierra, con el pasado de unos y otros, con la memoria y los cajones llenos de fotos viejas. Son, además, savia nueva. Hojas que miran al sol, nacimientos, creaciones, mañanas arrancadas al tedio, confianza, fuerza.
Los amantes ya se besan los labios y las cicatrices. Ya mezclan dolor y delicia, perdón, pasión, entrega. Las claves complejas de ser dos y ser uno, de formar una pareja.
Los amantes ya suman sueños e inventan palabras nuevas. Una a una van escribiendo su historia, que es la suya y, también, es la nuestra.
Leído en Cádiz en 11 de octubre de 2013 en una boda de alguien muy importante en mi vida, de una pareja muy especial. A esta servidora nunca le habían temblado tanto las manos. Ni las piernas...
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