lunes, 19 de noviembre de 2007

Cerrado temporalmente por reformas

Para todos aquellos que empezaban a preguntarse si mi desaparición virtual era una prueba más de mi tendencia ignata a la inconstancia está destinado este post aclaratorio en el que, humildemente, muestro la prueba feaciente de mi primera intervención quirúrgica. Razón de mi desaparición en la red y también en los papeles durante las últimas semanas y las próximas.
Como a una no le da el glamour para cirugias más interesantes, su primera experiencia médica ha tenido que ver con extirparse el hallux valgus que con cariño, punzadas y zapatos cubiertos la ha acompañado desde su más tierna infancia.
Mi particular mutilación ósea me mantendrá un tiempecito alejada de la calle, los bares y también de los teclados... A falta de wifi en mi portátil -se aceptan técnicos altruistas que lo conecten gratis- y teniendo en cuenta que lo de mantener la pierna hacia abajo en mi mesa de ordenador es una tortura de presión sanguínea que ni mi salud ni mi vocación periodística se pueden permitir, dedicaré un tiempo a leer, dormitar entre capítulos, devorar gusanitos y kojacs, ver telebasura, bajar pelis piratas, hacerle cosquillas a la Leica y recibir en casa (ocupación para la que me he agenciado de una buena remesa de pijamas la mar de monos).
Para cuando esté buena prometo haber macerado un buen número de teorías chorras con las que jugar a la polémica. Mientras, desde el encantador limbo que me proporcionan el sofá y las drogas legales, echaré de menos estos lugares.
Un besote

viernes, 2 de noviembre de 2007

La envidia del tirano

Dentro del mobbing contra las mujeres embarazadas hay que tener en cuenta factores psicológicos como la envidia del hombre ante tal estado». La frase, una verdadera perlita para pintársela en una camiseta estrecha, no es mía, es de un locuaz locutor de la radio que me sacudió la bilis el otro día, todavía sol de cara, camino al trabajo. De los colegas de la radiofrecuencia siempre me ha llamado la atención, en los buenos casos, su apabullante capacidad para tener siempre algo que decir. Algo impagable que, aunque alguno me porfíe, no me pasa ni siquiera a mí.

Como diría un amigo poeta, los silencios, cuando la cara del otro no está delante, pueden ser insoportables, y no hay peor vacío que el run run que borbotea sin palabras desde el transistor. Por eso me horroriza ante un nuevo caso de diarrea verbal tener que exculpar del delito al individuo ejecutor por estar obligado por contrato a regalar pavadas. Y como las palabras se las llevas el viento pues ahí va la perla, como si nada... Encima de ignoradas, mal pagadas, peor consideradas y embarazas habrá que ser sensible con el tirano de turno, qué dolor, al que dios no bendijo con el desequilibrio de hormonas y la agradable visita de la regla.

A riesgo de convertirme en una feminista panfletaria -en el fondo algunos ya saben mi íntima tendencia a la pancarta- y sabiendo que no por protestar conseguiré que se promulgue un Real Decreto contra las Memeces, una se reserva el derecho al pataleo frente a esta sutil fórmula para justificar que en el mundo de la empresa, como en la vida, al final, nada cambia. Ni por mujeres, ni por profesionales, humanas o preñadas.

Publicado en La Voz de Cádiz el 31 de noviembre de 2007